TEtn los últimos tiempos el bipartidismo cotiza a la baja. Los partidos minoritarios argumentan que vivimos en una sociedad plural y que los parlamentos y, por ende, los gobiernos deben ser plurales. Tras las últimas elecciones, se ha llegado a afirmar que el bipartidismo ha muerto. No es del todo exacta esta afirmación. Todavía los grandes partidos siguen marcando el latido de la actividad parlamentaria en España, donde el turnismo pacífico, caracterizado por la alternancia de partidos, tiene acusados precedentes históricos. Y si nos viéramos abocados a unas nuevas elecciones, probablemente volverían a emerger resultados bipartidistas. Quizá porque todavía está arraigada la creencia de que el pluripartidismo genera inestabilidad e incertidumbre.

La organización política es un producto de la civilización. Uno de los objetivos del sistema de partidos es buscar estabilidad, ya que el ciudadano piensa que el orden y la autoridad son elementos esenciales para una buena convivencia social. Y lógicamente esta se logra mejor con fuerzas mayoritarias. Si bien, de acuerdo con un concepto más dinámico de la política, siempre es aconsejable pensar que, si el bipartidismo aporta certidumbre, también es conveniente que emerjan terceros partidos que se erijan en árbitros capaces de decidir gobiernos y controlar al partido gobernante.

Pero el problema en estos momentos no reside tanto en optar entre bipartidismo o pluripartidismo cuanto en el descrédito de la partitocracia. La endogamia en la elección de los líderes políticos y la falta de un sistema electoral abierto han conducido a un desprestigio de los partidos. Esta es la causa principal de que se critique abiertamente la existencia de grandes mayorías que, a la postre, fortalecen a los aparatos de los partidos y propician burocracia y corrupción.

El malestar reinante debería mover a los líderes políticos a emprender cambios profundos en el régimen electoral para hacer más participativa la vida política. El ciudadano tiene la sensación de que no elige a los cargos públicos, sino que los designan los partidos. Una verdadera democracia representativa debe apostar por listas abiertas o por un sistema mixto con la inclusión del distrito uninominal. Con este tipo de apuestas ganaríamos en participación y democracia.