Le debemos mucho a Alberto los que hoy emigramos a Alemania. La imagen de trabajadores comprometidos y laboriosos que cosecharon durante los años 60 los emigrantes españoles, conocidos como Gastarbeiter , todavía perdura en el subconsciente de algunos alemanes.

Alberto es mi peluquero. Lo ha sido desde mi más tierna adolescencia y lo seguirá siendo así pasen los años o nos separen los kilómetros. El ya cortaba el pelo antes de que yo llegara. De hecho, durante más de 25 años ha 'pelado' --como le gusta decir a él-- a medio Cáceres. Estamos tan acostumbrados a verle con unas tijeras en la mano, que resulta extraño imaginarlo haciendo otra cosa. Sin embargo, una pequeña hucha colocada junto a sus peines, donde se puede leer Geld oder Leben (el dinero o la vida , en alemán), hace sospechar que su vida no siempre transcurrió en esta peluquería.

"Vamos a echar cuentas. Tenía yo entonces 19 años, así que era 1968. Acababa de volver del servicio militar en El Pardo y como no había trabajo en mi pueblo --Monroy-- me apunté en unas listas, de una cosa que se llamaba entonces los sindicatos, para ir a trabajar a Alemania. Al tiempo vinieron unos médicos alemanes y nos revisaron todo: los oídos, los dientes... ¡Hasta pidieron que nos bajáramos los pantalones! A mí me tocó una doctora", cuenta Alberto sonriendo.

Unos meses después de que le calificaran como apto , Alberto tomó un tren que le llevó hasta París y de ahí otro que le dejó en Aquisgrán, al oeste de Alemania, donde comenzó una nueva vida trabajando en la construcción. Aunque su verdadera pasión era cortar el pelo y continuó haciéndolo siempre que podía, pero "privadamente, sobre todo en un bar de españoles".

AL CABO DE un año sufrió un accidente muy grave mientras construían una fábrica de chocolate. Se cayó de cabeza sobre un ladrillo desde una altura de cuatro o cinco metros. Estuvo a punto de no contarlo. De hecho, el pueblo de Monroy se preocupó tanto que decidió reunir dinero entre todos los vecinos para mandar a Alemania a su padre. "Esas cosas se hacían antes en los pueblos". Después de comprobar que saldría de esa, el padre le preguntó si querría regresar con él. Alberto contestó que le gustaba aquello y se quedó. Durante el siguiente año estuvo recuperándose del accidente y el gobierno alemán le pagó la baja, "no era mucho dinero pero me daba para vivir".

Alberto recuerda con especial ilusión el día que conoció a Julio Iglesias en una estación de servicio de la zona. El cantante le preguntó desde dónde podría hacer una llamada telefónica y Alberto se ofreció directamente a llevarle con su coche hasta el teléfono más cercano. Todavía se arrepiente de que aquel día no se le ocurriera dar un rodeo para pasar por delante de la casa de su novia y fardar de que llevaba a Julio Iglesias de copiloto.

"CONOCI A mi señora en los bailes de españoles donde nos reuníamos". Por aquel entonces ya llevaba diez años en Alemania. "Nos casamos en Aachen, en la Sankt Josef Kirche". A Alberto todavía se le escapan palabras en alemán, aunque él no se dé cuenta; Kirche significa iglesia y Aachen es el nombre germano de Aquisgrán. Se trasladó con su mujer a un apartamento de alquiler --"los alemanes no suelen tener casa propia"-- y fue en Aachen donde nacieron sus dos hijos. Allí se quedaron otros diez años más. Por aquel entonces ya había pasado de trabajar en la construcción a hacerlo en una fábrica textil, en turnos de 12 horas que a Alberto no le parecían muy extenuantes porque "era un trabajo muy limpio, un día fui incluso a trabajar con corbata".

"Tienen sus defectos y hay quien habla mal de ellos, pero yo solo tengo palabras buenas hacia los alemanes. Nos trataron muy bien". Después de veinte años de estancia en Alemania, el adolescente que dejó Monroy regresó a Cáceres con una familia y los ahorros suficientes para comprar un piso y un local en una galería comercial, donde abrió por fin su propia peluquería. Un negocio que ha marchado bien y del que Alberto está intentando desengancharse poco a poco, porque ya le toca jubilarse. En cualquier caso, la peluquería quedará en buenas manos. Su hijo será ahora el que continúe pelando las cabezas cacereñas.