La crisis económica ha convertido el camino hacia las elecciones de 2015 en una incógnita. Ningún partido tiene asegurado el éxito. Todos tienen qué callar ante la ciudadanía y no ven seguro arañar votos por méritos propios. De ahí que rebusquen en las cloacas políticas muertos de antaño con los que atraer no el amor del electorado, sino el odio hacia el oponente. En el fondo, este triste capítulo y otros más a los que de seguro asistiremos perplejos de aquí a las primarias no son reflejo de la firme voluntad de las instituciones por erradicar el mal de la corrupción, sino una estrategia más con la que exorcizar por la vía rápida sus defectos propios y limar contingencias que reduzcan posibilidades de llegar a Moncloa. Al final, el ciudadano, mareado a causa de tanto truco de magia político, acabará asintiendo e hundirá el voto a favor de una honestidad impostada. Al tiempo.

Alguien me dijo hoy que ha decidido no leer la crónica política, que cambiará de canal cuando el telediario le dispare con su batería episódica. Que está saturado, que es imposible seguir la representación sin que emocionalmente acabe afectándote. No le falta razón y sabiduría. Razón en que el devenir político es ya a los ojos del respetable una mera ilusión óptica, una fanfarria mediática, un entremés dramático. Uno detrás de otro. Lo que en principio parecía ser un reflejo directo de la realidad, acaba con el tiempo mutando en artificio. Y sabiduría en que como ciudadanos es de cuerdos tomar distancia a fin de no ser arrastrados por el pesimismo, ese bucle aciago que acaba por hacernos creer que nada puede cambiar, que muerto Dios, ancha es Castilla. Claudicar ante la sensatez, ser del mismo tallaje que el ladrón. Eso no. ¿Y qué hacer? ¿Asumir indolente la trama, tomar como real el atrezo? Esto tampoco. Pero no hay en el horizonte, ni siquiera el lejano, indicios, gestos sutiles de un cambio. La lógica política sigue con las orejeras puestas en un único futurible: el acceso al poder. Confía en que la ciudadanía miramos el título y obviamos el pie de página. Que tiempo es olvido, y amor que no mata, reconforta.

XQUIERE UNOx no equivocarse y pensar que la indignación está empezando a gestar una ciudadanía activa y exigente. Que ya no creemos sino hechos vinculantes, contrastables y evaluables. Que de nada vale la retórica de prestidigitador, el anzuelo invisible, el disparo silencioso, el ardor ideológico, el recurso al miedo. Que la ciudadanía española comienza a superar su adolescencia democrática para arribar, lenta pero con solidez, su tránsito hacia la madurez. Que no bastarán dos capas de pintura para aceptar un cambio insustancial. Que en 2015 habrá razones suficientes para votar algo más que en blanco. Ojalá sea así.