Las pequeñas aldeas de casas de barro y techos de paja rodean la región de Koulikoro. Se llega a ellas por caminos de arena y piedra, difíciles para cualquier vehículo sin condiciones propicias. Representan la otra parte de Africa, lejos del desordenado tráfico de las grandes ciudades como Bamako, llenas de Power K, el modelo chino de motocicleta que inunda las vías, de taxis y de coches. No se ven huertos. Tampoco ríos ni lagos. Solo burros africanos, animales de carga por excelencia en el país maliense, y algunas gallinas que corretean inquietas en busca de algo que picotear. Pero en sus habitantes sí se ve alegría. Mucha alegría.

Los extremeños del equipo Eor y del equipo Raven (exclusivos de la Force Protection), dedicados al reconocimiento de artefactos y al control de un vehículo aéreo no tripulado exclusivo del ejército español, vuelven a la base tras la realización de un ejercicio en Tientienbougou, cerca de Koulikoro. Pero tienen una parada que hacer. Guardan comida y caramelos desde hace algunos días. "Es una acción social. Resulta evidente las carencias con las que viven por aquí", dice el sargento Alberto Píriz, natural de San Rafael, una pedanía de Olivenza.

Ya en la ida, conforme los vehículos militares toman las carreteras de arena y se alejan de la base, los niños de las aldeas no paran de salir a su paso a saludar. Llegan corriendo, agitan sus manos y se van. Siempre con una sonrisa. Siempre felices. También los mayores, que descansan sentados a la sombras de los pocos árboles que hay, con camisetas del Barcelona o del Real Madrid, levantan la vista y el brazo en señal de cortesía. Los extremeños responden de igual modo. "Es increíble cómo se vuelcan, cómo nos reciben", admiten. El tiempo no es un problema. Los caminos obligan a los vehículos lince y a los todoterrenos a circular con lentitud, y no pasa nada si se saluda a todo el mundo.

La parada se produce en la vuelta, cerca de una pequeña aldea. Alrededor de una decena de lugareños reciben a la comitiva española. Los soldados de la Protection Force se apean de los vehículos y bajan las viandas. En España podrían no parecer gran cosa. Cereales infantiles, algunas latas de conservas y caramelos, entre otros alimentos parecidos. Pero el efecto es inmediato. Un extremeño abre un paquete de cereales, lo empieza a repartir entre los niños y les hace el gesto de comer. Madres, pequeños y ancianos, que son los menos, lo agradecen todo. Incluso piden ver la cámara digital cuando este periódico toma fotos de la escena.

Solo son cinco minutos. Cinco minutos, además, en los que apenas se intercambian palabras, pues ninguno de los extremeños controla el bambara, idioma local, y tampoco los habitantes de la aldea saben otra lengua. Solo un gracias, un adiós y muchas sonrisas. Tampoco hace falta más. Los componentes de la Protection Force vuelven a subirse a los vehículos y a dirigirse por los mismos caminos a la base de Koulikoro. En la vuelta, a través de los cristales de los coches, más saludos y más caras felices. "Ojalá pudiéramos hacer más por esta gente", dice Píriz. Es otro mundo. Pero sobra la felicidad.