Teodoro Domínguez salió de su pueblo, Hernán-Pérez, en la sierra de Gata, un 12 de enero de 1959. Se subió a un tren con destino Bilbao con una maleta de cartón casi vacía. Allí lo recibió la intensa lluvia, el barro en el suelo y la incertidumbre. Llevaba un papel en la mano con una dirección apuntada, la de su tío Félix. Su único contacto. Preguntó y preguntó hasta llegar al que llamaban barrio de La Peña, una ladera salpicada de chabolas con familias obreras. Él apreciaba lucecitas en las casas; una de ellas tenía la puerta entreabierta, lo vieron empapado y lo invitaron a entrar. «Pasa y sécate». Nada más oírle hablar nació el vínculo: «¡Pero si eres paisano!». Lo ayudaron a llegar a casa del tío Félix.

Recuerda aquel primer día con mucha emoción porque estaba solo en una ciudad desconocida. Además, escuchar acento extremeño hizo que, de alguna manera, se sintiera en casa.

Teodoro acababa de hacer la mili, tenía 25 años y nada a lo que agarrarse en el pueblo. Además su familia sufría el acoso de no haberse pronunciado como franquistas.

Teodoro empezó a trabajar en Bandas, una de las ramificaciones de los Altos Hornos, la gran empresa siderometalúrgica de Vizcaya (que se convirtió en la más importante de España). El metal, el acero, la minería, eran los sectores que buscaban mano de obra, por turnos.

A la vuelta de una de sus jornadas, en el tranvía, vio cómo un joven de 30 años se desplomaba. Cayó muerto. También era extremeño. Le hizo tanta impresión que acudió al entierro. Allí vio llorar a una chica morena y pequeña. Se llamaba Elisa Hernández y era cuñada del fallecido. Se enamoró.

Ella apenas sumaba 15 años cuando llegó a Bilbao para servir en una casa «a los señoritos». Vivía en el mismo barrio de casetas improvisadas en la montaña. Recogía el carbón que se les caía a los trenes en Abando, la estación del norte, para calentar el hogar. También procedía de la sierra de Gata, de Torre de Don Miguel.

La narradora

La historia de Teodoro y Elisa, ahora tienen 85 y 80 años, la narra su nieta Emilia Laura Arias (Ponferrada, 1982), la primera que tuvieron. Es periodista de TVE y la revista Pikara Magazine y contó en la red social Twitter el relato de su familia para recordar el fenómeno que vivió España en los 60, especialmente comunidades como Extremadura, tierra de emigrantes. «Esos que hablan despectivamente del efecto llamada... es el efecto familia».

Teodoro. Ha cumplido 85 años

Elisa. Ahora tiene 80 años

«Al llegar la fiesta de la virgen de agosto, siempre aparecía alguien por el pueblo y les decía que buscaban a gente para trabajar, que se fueran. Subía uno y cuando reunían dinero, mandaban para que viniera el siguiente. Así fueron uno a uno. Es la manera de construirse una vida», expresa.

Y continúa: «Cuando se habla ahora de los chavales que llegan del Magreb, hay veces que se dice que no se integran, que solo hablan entre ellos... es totalmente lógico que te unas a gente con tus mismas costumbres y tu misma procedencia»

.

Emilia Laura, nieta de emigrantes

Después de su abuela Elisa -prosigue el relato- llegó a Bilbao una de sus hermanas pequeñas, Bienvenida, con 14 años. También para «servir a los señoritos, que eran los que tenían dinero». No había suficiente para pagar un asiento en el tren, solo el vagón. Fue apoyada en su maleta.

Elisa y Bienvenida eran de una familia de ocho hermanos. Todos emigraron. «Ellas dos son mis abuelas porque mis padres son primos», explica Emilia.

Teodoro fue a la casita que tenía la familia de Elisa en el barrio de La Peña y pidió permiso a su padre para invitarla a salir. «Eran vecinos de pueblos pequeños y se conocieron en Bilbao. Como le pasó a otra tanta gente. No se unían solo por ser emigrantes y de la misma región, si no por su condición de clase obrera», subraya su nieta.

La boda fue la primera que se celebró en la recién inaugurada iglesia de Otxarkoaga, el barrio que levantó el régimen franquista de pequeños pisos que se ofrecían a un precio razonable para empezar a derribar las chabolas. «Es una zona muy conocida de la que después se han hecho muchos documentales porque fue especialmente castigada por la heroína», apunta Emilia. Allí se criaron las cuatros hijas: Maribel, Ana, Esther y Susana. «La mayor, Maribel, es mi madre».

La boda. Elisa y Teodoro se casaron en la iglesia Otxarkoaga

La huelga, la adopción...

En aquel hogar, cuando ya lo tenían acondicionado, vivieron numerosos episodios. Por ejemplo, el de Teodorina, una amiga íntima del pueblo que tuvo una relación con un hombre casado, se quedó embarazada y la obligaron a entregar a su niña en adopción. «Entonces se la trajeron aquí, se cambió los apellidos y se puso los de mi familia, jamás la dejaron vivir con su hija. Aquí está enterrada, sobre ella cayeron encima todos los martirios del patriarcado», se lamenta Emilia.

También el de la Huelga de Bandas, a mediados de los 60, a la que se sumó Teodoro. «Fue la más larga de la dictadura». Unos 800 trabajadores desafiaron a Franco a causa de una disminución salarial. «Y ahí estaba mi abuelo luchando como uno más. Se reunían a escondidas. Estuvo seis meses sin cobrar. Mi abuela les lanzaba bocadillos en los encierros en la fábrica. Yo le pregunto que cómo aguantó, con cuatro hijas. Y él me responde que no tenía opción, que tenía que luchar por ellas, por su dignidad».

La nostalgia

Pasaron algunos años, más bien décadas, para que Teodoro y Elisa pudieran volver cada verano al pueblo, a Torre de Don Miguel (ahora cuenta con algo más de 460 habitantes); no querían perder el vínculo con su tierra. «Esta vez no han podido porque han operado a mi abuela, porque tiene un problema en los huesos», dice su nieta. Pero asegura que a ambos el reecuentro con las raíces les llena de vida. «Es que vuelven con otra cara».

«Y es muy curioso -apunta- porque coinciden allí con gente de su generación que emigró a Irún o a San Sebastián, o incluso que viven en su mismo barrio de Bilbao, porque esto es algo muy común, de manera que las calles del pueblo se llenan de nietos que se llaman Iker, Itxiar... Es la historia de ida y vuelta de estas familias».

De niñas. Con sus cuatro hijas.

Aunque asegura que sus abuelos, por ejemplo, extremeñizan los nombres: «Mi hermano Axier, es Asiel para ellos». «Es que mi abuela, por ejemplo, conserva intacto el acento extremeño. Es más, mis bisabuelos se murieron en Bilbao hablando en castúo».

Emilia también visita el pueblo siempre que su familia va por el amor que a través de la nostalgia le han transmitido desde pequeña. «Es que ellos no querían marcharse, no les quedó más remedio».

Cuando vuelven, alquilan una vivienda porque allí dejaron de tener casa propia hace mucho tiempo. «Muchas se las quedó el ayuntamiento».

La inmigración

Su propia historia hace que a Teodoro se le parta el alma cuando ve en la televisión el naufragio de una patera tras otra. Así lo cuenta Emilia: «Es que se le caen la lágrimas, se emociona mucho y siempre me dice que son personas a las que no se les permite construirse una vida como hizo él, que la tierra no es de nadie, que por qué les dejan morir, que solo quieren vivir y trabajar, que la gente cómo es posible que tenga el corazón de piedra. Mi abuela le contesta que hay a quienes la sangre no les corre por las venas».

«Pero me repite y me insiste que son personas y yo pienso que él, que apenas fue un par de meses al colegio de su pueblo, sabe mucho más que muchos de justicia, humanidad, igualdad e internacionalismo», expresa con emoción.

Emilia fue la primera nieta y la primera licenciada de su familia (en Periodismo). «Mis abuelos están muy orgullosos de todos nosotros, pero no por tener una carrera universitaria, sino por ser buenas personas. Así nos lo dicen».

Teodoro y Elisa son parte de esa generación de emigrantes extremeños que tuvieron una oportunidad en otra tierra. Hay miles de historias parecidas a la suya. A pesar de las fatigas del principio, del clasismo que vivieron y de la nostalgia constante, encontraron un presente. «Mi abuelo lo tiene claro: él vino en tren, pero si se hubiera tenido que subir a un barco, lo hubiera hecho».