Gori Garrón Rodríguez vive en la Plaza del Pueblo de Monesterio. Durante esta mañana de miércoles está a las puertas de su casa haciendo las labores del hogar. Es una mujer amable, con gran sentido del humor y que habla claro. Ella es la abuela de Abraham Moñino, uno de los jóvenes que fue sospechoso de la muerte de Manuela Chavero porque fue la última persona con la que habló por Whatsapp antes de su trágica desaparición.

La detención de Eugenio Delgado ha sido para ellos una gran liberación. «Toda la familia nuestra y la de Manuela hemos sufrido un montón, aunque yo sabía que mi nieto era inocente, pero en el pueblo la mitad diría que si, y la otra mitad diría que no, porque eso pasa en todos los pueblos».

Gori solicita que el autor de los hechos «pague lo que tenga que pagar» y pide justicia para Manuela y que la familia descanse en paz». Insiste en que algo así «no ha pasado en la vida» en el municipio «y esto ha sido muy gordo, porque son cuatro años con muchas charlas y mucho sufrimiento, porque mi hija tenía en la puerta hasta cinco coches de todos los periodistas, puesto que mi nieto vivía con su madre. ¿Y los periodistas, dónde iban? a casa de su madre».

«A mí no me han molestado nada siendo abuela, aunque, claro, yo tenía la pena de mi niño», destaca.

Gori, rodeada de sus vecinas de toda la vida, añade: «Él lo decía, no preocuparse que yo no soy culpable, que yo tengo mi conciencia muy tranquila». Y recuerda que la noche en que desapareció Manuela, ella y su nieto se escribieron por el móvil, el último mensaje que recibió fue el de Abraham. «Por eso era buena coartada, y Eugenio le echaba la culpa a mi nieto. Mi nieto era un crío, tenía 20 años, no tenía los 21. Ella no hizo daño a nadie para que le hicieran esa barbaridad tan grande que ha hecho ese hombre. Nadie se creía que esto iba a pasar. Nadie se creía que ese muchacho iba a poder hacer lo que hizo».

Abraham trabaja de camarero en Los Templarios, un bar que cierra los miércoles, de manera que hoy es su día de descanso. Damos con su vivienda y podemos charlar con él, pero prefiere no salir en la prensa ni hacer declaraciones. Es un joven afable, al que le gusta la música reggae y la comunicación audiovisual. Son las doce del mediodía y nos recibe de manera educada y amable. Su rostro irradia sinceridad, asegura que ha recibido ofertas económicas a cambio de hablar, pero él dice que el dinero y los lujos no dan la felicidad y que él siempre ha preferido ser feliz. Añade que por casualidades de la vida se convirtió en sospechoso de este asunto, y hoy, tranquilo, pide justicia por Manuela y su familia.