Qué manía tiene la gente con las primeras veces. La única épica que alberga la primera vez de algo es justamente eso, que fue la primera. Punto. Una primera vez es torpe y nerviosa, casi ridícula. Quizá sea esa inconsciencia de no saber la que la envuelve de anécdota digna del recuerdo. Aunque las segundas sean mejores. Y las terceras. Qué manía. Y hablando de primeras veces aún no sé bien porqué pero el otro día me colé en una conversación en la que alguien recordaba su desatino la primera vez que votó. Ya puestos aproveché para recordar la mía. Fue en unas europeas y en un pabellón con unos garabatos en las paredes que poco se parecía a lo que había imaginado. Como suele ocurrir. No tenía muy claro de qué iba aquello. Me guardé el carné en una mano y la papeleta en la otra y allá que fui. Una mujer gritó mi nombre y me dispuse a soltar el sobre como si mi vida fuera en ello. Y ya. Se acabó. Poca anécdota --casi ninguna-- hay en eso pero la hay porque fue la primera.

Maribel Cáceres (Badajoz, 1985) no puede decir lo mismo. A sus dieciocho no pudo acumular ese recuerdo porque se lo negaron. Tiene discapacidad intelectual y la justicia le dijo que ella no podía. Hasta ahora. Paradójicamente el mismo juez que determinó que no estaba capacitada para decidir ha sido el encargado de revocar su propio dictamen. Y en 2019 sumará esa primera vez a su lista. Como ella, otros 3.000 extremeños más tras la reforma de la ley electoral. «¿Ya sabes a quién votar?». «Lo pensaré bien».

A Maribel nadie debería decirle que no puede. Aunque se lo hayan repetido una y otra vez. Suerte que ella no se lo creyó. Se revuelve en la silla. No parece una sala cómoda para la charla pero se desenvuelve bien entre las preguntas. «No es mi primera entrevista». Su desparpajo lo confirma. No tiene inconveniente en hablar de cualquier cosa. Apunta y dispara. Es directa porque no tiene tiempo. Apenas un hueco guarda en su agenda ajetreada entre los viajes y conferencias de las asociaciones a las que representa, un historial ya de por sí extenso al que no para de añadir títulos. Trabaja como profesora en Plena Inclusión --«formadora», anota, es experta en lectura fácil, forma parte de la junta del grupo Gadir y es la única extremeña con discapacidad intelectual en la fundación Cermi Mujeres, un colectivo nacional que trabaja por los derechos de mujeres y niñas con discapacidad. «Estoy en todos los caldos metía», se ríe. Parece que necesita estarlo. Y no lo hace para demostrar nada a nadie sino a sí misma. «Si no tengo nada que hacer me agobio». Reconoce que su vida ha cambiado desde que entró en Plena Inclusión pero eso no fue siempre así. Confiesa también que no tuvo una infancia fácil. «Yo estudiaba y estudiaba y cuando llegaba al examen me quedaba en blanco. Salvo en historia, historia se le daba bien. Mientras tanto pasaba los recreos en un rincón. «Conmigo se metían». Ahora sabe que sufrió bullying. «Una vez una madre le dijo a mi profesora que me cambiara de clase porque yo iba a volver a su hija tonta». Hasta los dieciocho no le diagnosticaron la discapacidad. Ahí todo cambió y empezó a ser consciente de que tenía más derechos de los que le habían contado. Desde hace un mes vive en Mérida sola y todos los días sigue la misma rutina. Se levanta a las siete, se bebe un café y se va a su oficina en Plena Inclusión. Veinte minutos a pie. Le fascina cocinar. «Cada día me hago un plato diferente». Corrige. Cada día no porque hace unas horas volvió de su último viaje y apenas ha tenido tiempo de aterrizar. «Una lavadora he puesto».

Maribel vive ahora con la maleta siempre hecha. Ha recorrido media geografía española y parte de Europa para representar a España en los consejos de discapacidad intelectual. A Bruselas ha ido ya dos veces pero ella tiene otro destino: Roma. «Cuando ahorre». Tendrá que dividir las cuentas porque también quiere sacarse el carné de conducir, otro derecho para el que tendrá que demostrar que está capacitada por partida doble. No importa, está acostumbrada a luchar. Y como es luchadora es feminista. Al hilo pide incidir en la educación para evitar los abusos que se multiplican en el caso de las mujeres con discapacidad. Ella también los sufrió. A pesar de todo, se muestra orgullosa de los avances aunque lamenta que hay tabúes que derribar. Ella desde luego los rompe todos. Por eso sumará tantas primeras veces como quiera. «Con los apoyos necesarios puedo hacer lo que quiera». Lo hará.