Se encuentra en pleno Amazonas, realizando una estancia de investigación en la Universidad Estatal Amazónica de Ecuador, mientras habla de África subsahariana. La arquitecta extremeña Adela Salas -nacida en Badajoz- está empeñada en mitigar el «hambre de vivienda» que existe en el mundo, en las zonas más pobres del planeta.

Desde que terminó sus estudios enfocó su carrera laboral a investigar desde la arquitectura y el urbanismo en contextos de precariedad «en los cuales la habitabilidad básica no está cubierta y no se cubren las necesidades mínimas indispensables para que las personas tengan una vida digna», cuenta. Y ese es uno de los objetivos de la tesis doctoral que ha desarrollado recientemente en la Universidad Politécnica de Madrid, donde cursó sus estudios de Arquitectura y donde trabaja en el Instituto de Cooperación en Habitabilidad Básica (ICHaB).

Su trabajo, que obtuvo sobresaliente cum laude, se centró en buscar cómo se puede usar el jacinto de agua, el conocido camalote, como material de construcción en contextos de precaridad: sin acceso a energía, maquinaria ni grandes recursos económicos. La conclusión es que el camalote tiene unas propiedades que son «óptimas» como aislante térmico para las viviendas de la población de África subsahariana.

Un doble objetivo

Un doble objetivoEl objetivo de la tesis es doble, por un lado propone una solución para mejorar la habitabilidad en zonas con pocos recursos y, por otro, es una forma de mitigar también las consencuencias de la plaga de camalote que no solo se encuentra en Extremadura, sino que también invade lagos y ríos de varios países africanos: Ghana, Níger, Kenia, Zimbabue, Etiopía, Togo, Tanzania... Entre las masas de agua afectadas está el Lago Victoria, el lago de agua dulce más grande de África y el segundo más importante del mundo.

«El jacinto de agua es una especie acuática flotante, originaria del río Amazonas. Tiene un alto poder invasor que ha colonizado la mayoría de los países del cinturón tropical del planeta, entre los más afectados están varias regiones de África subsahariana», cuenta la extremeña. Y el problema allí es más grave y «se cronifica» por la escasez de recursos para hacer frente a esta batalla de la naturaleza. «Una vez que la planta entra en un puerto de agua es imposible erradicarla, según la comunidad científica. Lo único que se puede hacer es establecer una serie de medidas de control y parece que lo que más funciona es la extracción física de la planta», señala. Pero claro, eso requiere movilizar recursos y tiene un alto coste. «Esas medidas de control para evitar la invasión pueden ser aplicadas en contextos con altos recursos económicos, como es el caso de Florida o en España, en concreto Extremadura, pero en África los gobiernos no tienen capacidad ni económica ni legal para controlar la plaga y los impactos se elevan a una categoría mayor porque la población además tiene un grado de vulnerabilidad muy alto», asegura la extremeña.

Hasta 50 grados centígrados

Hasta 50 grados centígradosEs en este contexto en el que el trabajo de Adela Salas ofrece soluciones. El jacinto de agua puede alcanzar un crecimiento de entre 400 y 700 toneladas por hectárea y día, con lo cual existe una gran cantidad de biomasa que también afecta a la vida de los ciudadanos que se dedican, por ejemplo, a la pesca. «Sin recursos económicos para implementar planes de control, tiene que ser la propia población local quien se encargue de retirar la planta y solo se hará si tiene algún uso o beneficio». Y ahí entra en juego la arquitectura. El trabajo de Salas muestra los beneficios que puede tener el uso del camalote como aislante térmico en esta parte del planeta, donde las viviendas carecen de aislantes y soportan temperaturas internas de hasta 45 y 50 grados.

«En estos países hay viviendas con una calidad ínfima, casi todas están mal ejecutadas en la construcción y cubiertas con una chapa ondulada que genera un calor interior muy grande que supera los límites marcados por la Organización Mundial de la Salud, lo que pone en riesgo la salud de la población. Allí no es habitual emplear ningún tipo de aislante y ahí es donde parece pertinente desarrollar el uso de los residuos del camalote como aislante térmico», explica Salas. En Europa estaría descartado: «Es una planta prohibida por la UE y tampoco sería competitivo».

Sencillo y de bajo coste

Sencillo y de bajo costeAllí sería un material de muy bajo coste, que solo requiere secado y mezclarlo con una serie de componentes para formar unos paneles que se puedan instalar directamente debajo de esos tejados de chapa y proteger así las viviendas de las altas temperaturas. Y esa es, ahora, la otra parte del proyecto una vez concluida la tesis. «El sueño de cualquier investigador es que su trabajo se aplique y mejore la calidad de vida de las personas». Y el suyo, está en la senda de hacerse realidad. «Es un proceso de manufactura muy sencillo y fácil de replicar porque se hace con las manos y ahora estamos trabajando desde el Instituto de Habitabilidad Básica en la transferencia de la tecnología con un grupo en Benín», explica Salas, que ya ha desarrollado otros proyectos en Sierra Leona y Etiopía.

También quiere llamar la atención de las universidades en general para que se impliquen en investigaciones que mejoren la vida de esa parte más pobre del planeta, que es también la más poblada: «La realidad del mundo no es la realidad de Europa. Un tercio de la población mundial no tiene todavía las condiciones mínimas, más básicas, para vivir con dignidad y ante eso la universidad, como ente formador y transformador, no está reaccionando».