Tiene 80 años y hasta hace poco percibía una jubilación que, de tan escueta, se le escurría de las manos. La consideraban extravagante e inofensiva. Pero nunca le faltó coraje y, con una cámara de vídeo que compró a plazos, libró una batalla contra el narcotráfico en la que terminó venciendo. Eso no sucede todos los días. Por eso las autoridades de Río de Janeiro la han convertido en heroína.

Durante dos años, filmó desde su ventana a una banda de traficantes que dominaba el morro Ladera de los Tabajaras, que con su negocio ganaba más de un millón de dólares anuales (820.000 euros o 136 millones de pesetas).

30 horas de grabación

Las pruebas --más de 30 horas de grabación-- permitieron a la policía arrestar a una veintena de delincuentes y a algunos miembros de las fuerzas de seguridad que los protegían o les vendían armas. Nadie sabe su nombre. Sólo que la policía la incluyó en un régimen de protección de testigos. El diario Extra la llama "la abuela Vitoria".

Todo está muy cerca en Río. Tan cerca que barrios como Copacabana o Ipanema, con sus playas siempre bañadas por el sol y su exaltación del hedonismo cotidiano, sienten la respiración y la ira que baja de los morros. La distancia que hay entre los lujosos edificios y las favelas es tan corta como enorme el abismo social que los separa.

Vitoria vivía en Copacabana. Llegó de Alagoas, en el noreste, donde a los 13 años el hijo de un hacendado la violó y la dejó embarazada. Con mucho esfuerzo, a los 35 años pudo comprarse un apartamento. Entonces, Río pavoneaba con altivez su condición de ciudad maravillosa : un lugar en el que la naturaleza virginal y el asfalto formaban parte de la misma escenografía. Pero con el tiempo las cosas se fueron degradando y Vitoria vivió ese proceso. Al principio se enzarzó a gritos con los narcos y después se encaró a ellos y los desafió.

Los bandidos entraron dos veces en su casa para recordarle quién mandaba. Había que hacer algo. Casi sin quererlo comenzó a actuar como el personaje de La ventana indiscreta, aquella película de Alfred Hitchcock en la que James Stewart, con su pierna escayolada, espía desde su ventana y descubre un crimen. El desdén de la policía, que no la creía, obligó a Vitoria a buscar pruebas. Así que apoyó su cámara sobre unas guías telefónicas y, para no ser descubierta por los narcos, colocó un filtro oscuro en la ventana.

Mientras filmaba, el micrófono grababa sus comentarios. "Mira ahí el futuro de Brasil. Esos chiquitos oliendo polvo y nadie hace nada", reflexiona en la última toma, el 14 de julio pasado, cuando captó a unos menores de 10 años aspirando cocaína. "No voy a decir que no tengo miedo. Pero, sea como sea, voy a seguir filmando a esos delincuentes", se la escucha en otra de sus cintas.

Precio a gritos

Las imágenes no podían ser más estremecedoras: colas de hombres y mujeres que quieren comprar droga, narcos que las ofrecen como si estuvieran en un mercado, fijando un precio a gritos, chicos armados hasta los dientes...

Según Monique Vidal, la jefa de la comisaría que recibió las pruebas, Vitoria salvó su pellejo porque los narcotraficantes la subestimaron. "Creían que estaba loca. Cuando vi lo que hizo me quedé pasmada", señaló. Además, con sus filmaciones, la Secretaría de Seguridad interceptó 800 horas de conversaciones telefónicas de sospechosos.

"Estoy con el alma limpia. Fue por todo esto que luché, y sabía que tendría un buen resultado. Me siento realizada. Valió la pena. Aquella gente los narcos se lo merecía", dijo la abuela a Extra .