La gran fiesta democrática birmana acabó sin sorpresas: apatía de la población, críticas del exterior y un sinfín de denuncias de fraude. Los colegios electorales cerraron a las cuatro de la tarde (hora local) y el resto del día transcurrió sin menciones en la prensa nacional, encuestas a pie de urna ni escrutinio oficial. Los resultados podrían llegar hoy, mañana o quién sabe.

La certeza es la falta de entusiasmo de la población, que aún recuerda la última experiencia electoral. Veinte años atrás, la Junta militar ignoró la victoria aplastante de la Liga Nacional por la Democracia que lideraba la Nobel de la Paz, Aung Suu Kyi, y prorrogó su Gobierno de mano dura hasta hoy. Las elecciones, apenas un barniz democrático, son la penúltima pirueta del régimen para perpetuarse.

Aunque concurren 37 partidos, el asunto se ventila entre dos listas con vínculos militares: el Partido para la Solidaridad y el Desarrollo de la Unión (PSDU) y el Partido de Unidad Nacional. El primero está amparado por el régimen, es el máximo favorito e incluye a 2.000 oficiales del Ejército y 27 generales del Gobierno que colgaron el uniforme poco antes de las elecciones. El segundo lo forman los acólitos del exdictador Ne Win, y aseguran los analistas que es la opción menos infame. La ley electoral reserva al Ejército la cuarta parte de los escaños, suficientes para gestionar gestionar el Gobierno e impedir cambios constitucionales.

El régimen ha prohibido la entrada a la prensa extranjera y los observadores internacionales. Los que se han colado revelan que la población prefirió ir a los templos antes que a los colegios electorales, protegidos por policías antidisturbios. También confirman intimidaciones, engaños y otras tácticas fraudulentas. El PSDU recogió votos anticipadamente en todo el país.

El presidente estadounidense, Barack Obama, dijo ayer que las elecciones no eran "libres ni justas" ni se acercaban a los mínimos estándares de limpieza.