Hace ahora 11 días, cinco antes de que fuera asaltada la Flotilla de la Libertad en aguas del Mediterráneo, la oficina de prensa del Gobierno israelí envió un mail insólito a la prensa extranjera. El mensaje recomendaba uno de los restaurantes más exquisitos de Gaza. "Nos han dicho que la ternera strogonoff y la crema de espinacas son muy recomendables", decía. No fue un error. Ese mismo día, otro mail detallaba las toneladas de comida, medicinas y mercancías que han entrado en Gaza desde Israel en los dos últimos años. Anticipándose a la algarada de la flotilla, quería demostrar que en la franja no hay crisis humanitaria.

Gaza es hoy un asunto tan emocional que no siempre es fácil reconocerla cuando unos y otros hablan de ella. Abunda la propaganda. Portavoces israelís han llegado a decir que los cibercafés están prohibidos y que a las mujeres no se les permite salir a la calle. Algunos activistas, por su parte, hablan de un genocidio planificado y denuncian que el bloqueo está matando a la gente de hambre.

La crisis humanitaria

¿Qué es Gaza entonces? Para empezar es algo más que esos miserables campos de refugiados donde la gente vive hacinada. No miente Israel cuando dice que hay varios restaurantes que podrían considerarse de lujo, con terrazas asomadas al Mediterráneo y donde se puede comer una lubina y unas gambas en salsa. Aunque, por lo general, son el refugio de las élites y lo que queda de la clase media porque poca gente puede pagar los 10 euros que vale una cena.

El problema de Gaza tampoco es la escasez de bienes de consumo. Quien espere alacenas vacías como las de la Cuba del periodo especial se llevará una desilusión. Las tiendas están surtidas. Otra cosa es la calidad. El 90% de la mercancía entra a por los túneles de contrabando de la frontera egipcia, la alternativa que idearon los palestinos para hacer frente al embargo desde sus inicios en el 2007.

Los túneles fueron muy rentables los dos primeros años. Empleaban a 30.000 personas y funcionaban como cualquier empresa, con accionistas y reparto de dividendos. La familia de Saleh Qista fue de las primeras en oler el negocio. Usó las tierras que tenían pegadas a la frontera de Rafá para abrir hasta 40 túneles. Algunos de sus parientes compraron villas y todoterrenos con los beneficios, pero desde la brutal ofensiva israelí del 2009, los réditos no han dejado de caer. "Gaza está saturada de productos de los túneles. La gente no tiene dinero o prefiere guardarlo porque teme que haya otra invasión, de modo que la mercancía no se vende y los precios se han derrumbado".

Israel intenta centrar el debate del bloqueo en si existe o no crisis humanitaria en Gaza. Su argumento es que no la hay porque la gente no se muere de hambre. Y es verdad. Pero Naciones Unidas tiene otros criterios. "La crisis existe porque la gente no puede llevar una vida digna y normal. No pueden comprar la comida, la ropa o el detergente que necesitan para sus familias porque se ha destruido la economía", afirma el número dos de su agencia para la ayuda a los refugiados (UNRWA), Christer Nordahl.

Gaza es hoy un territorio de gente ociosa y deprimida, donde algo más de la mitad sobrevive con los sacos de arroz, harina y garbanzos que dan las organizaciones humanitarias. No hay trabajo. Desde el inicio del embargo las fronteras terrestres y marítimas están cerradas. Eso significa que no se importan materias primas ni se exporta la producción.

Muy pocos empresarios siguen trabajando. La mayoría cerró en los dos primeros años del bloqueo y otros vieron cómo sus fábricas eran bombardeadas durante la guerra por la aviación israelí. El Ejército no dejó títere con cabeza. Arrasó cementeras y talleres, molinos y granjas.

Hoy solo siguen operando unas cuantas industrias poco productivas y obligadas a depender de los túneles. "Muchos empresarios, aburridos y sin saber qué hacer han puesto sus ahorros en la bolsa", explica el economista Omar Shaban. "Como no conocen la sofisticación de los mercados están perdiendo mucho dinero".

La agricultura solía ser la mayor fuente de empleo de la franja. En el sur, Adel Hiyazi cultiva flores aplicando las técnicas de riego aprendidas de sus antiguos vecinos israelís. Antes del bloqueo empleaba a 120 trabajadores a tiempo completo y exportaba toneladas de claveles a Europa, sobre todo en San Valentín. Pero desde el inicio del embargo solo ha podido exportar un par de frigoríficos este añoEso significa que ha acabado arrojando toneladas de valiosos claveles para alimentar a las ovejas y los camellos.

"Es un crimen", protesta enfadado delante de su carpa de plástico donde las flores se pudren como le ocurre a Gaza. "Llevo perdidos dos millones de dólares. Lo dejaría todo pero la cooperación holandesa me sigue regalando las semillas y me pide que no abandone". Algo semejante ocurre con las fresas. Todo lo que no absorbe el mercado interno, la mayoría, va a la basura.

Israel sostiene que la razón básica del bloqueo --secundado aplicadamente por Egipto-- es impedir que lleguen armas para Hamás. Pero es un argumento difícil de sostener porque esas armas entran sin problemas por los túneles y los islamistas tienen hoy más armamento que antes de la guerra. La lógica del embargo la explicó mejor que nadie el asesor del entonces primer ministro, Ehud Olmert, poco después de que los islamistas ganaran las elecciones. "La idea es poner a los palestinos a dieta, pero sin llegar a que se mueran de hambre", dijo Dov Weisglass.

Lo aceptado

Esa dieta es verdaderamente caprichosa. Israel permite que entren canela, peines o cubos de plástico, pero prohíbe el cilantro, la mermelada, los juguetes o los cuadernos escolares. También solía considerar la pasta un producto de lujo, hasta que al senador estadounidense John Kerry se le cayó la cara de vergüenza en una visita a la franja y forzó a Israel a incluirla en la lista de la compra.

El embargo ha convertido la vida en un pasatiempo aburrido y miserable. La gente no soporta estar encerrada en 45 kilómetros de largo por 12 de ancho. En Gaza lo llaman cárcel, campo de concentración o gueto. La mayoría solo sobrevive. Hay cortes de agua y luz que llegan a las 12 horas diarias. Ni siquiera se puede comer pescado a precios asequibles porque los pescadores no pueden faenar a más de tres millas. La marina israelí dispara cuando las superan. Son tiros de advertencia, pero a veces se va la mano y hay muertos.

El estado mental de la gente se aprecia en sus hábitos. Hamás ha acabado con las drogas, pero se ha disparado el consumo de Tramadol, un analgésico opiáceo que solo se vendía con receta. Alarmado por los índices de uso, el Gobierno se esfuerza por eliminarlo del mercado negro. La decadencia se aprecia bien los servicios públicos que se pudren como un vegetal en una nevera estropeada.

En algunos hospitales hay que cargar a los enfermos en brazos para que puedan subir las escaleras, porque Israel no permite que entren las piezas para arreglar los ascensores. Desde hace un año, según la OMS, cientos de artículos médicos esperan para entrar en la franja, desde gasas de esterilización a máquinas de rayos X, escáneres o fluoroscopios. Y los médicos hace años que no pueden salen de Gaza para asistir a un congreso.

Jawdat Khodary es uno de los constructores más ricos de la franja. Vive en una villa rodeada de palmeras y limoneros, columnas bizantinas y estatuas romanas. Apenas sale de casa, vive encerrado en su mundo. Su dinero lo invertido enviando a sus hijos a estudiar a Egipto y Jordania. "No quiero que estudien aquí porque en este entorno es difícil que acaben siendo gente normal", asegura recostado en un sofá, incapaz de darse un descanso entre cigarrillo y cigarrillo. "Gaza es hoy un nido de pobreza, ignorancia y extremismo. Y no me refiero necesariamente al extremismo religioso. Si hablas con un niño de 12 años, es extremista en su comportamiento. No tiene ganas de vivir".

Khodary construía carreteras, alcantarillas o líneas eléctricas. Pero su negocio se hundió cuando podía haber vivido una segunda juventud levantando la apabullante destrucción de la última guerra. Pero nada se ha reconstruido. No hay cemento. Israel lo prohíbe porque sostiene que Hamás lo usará para apuntalar sus defensas. Las paredes tumbadas como naipes, la metralla y los boquetes de las fachadas siguen intactos en muchos barrios.

Y unas 50.000 personas, según la ONU, viven en garajes, chabolas o almacenes, en casas de vecinos o en apartamentos alquilados. Tampoco entra cemento para los 100 colegios que la UNRWA necesita para afrontar el crecimiento de población y suplir las 240 escuelas que Israel bombardeó en la guerra. El hacinamiento en los colegios es tan penoso que ha optado por construir uno con contenedores de acero.

En Gaza pocos ven la luz al final del túnel. Las banderas turcas ondean estos días en muchas casas, pero Erdogan solo no logrará levantar el embargo. "El bloqueo es totalmente contraproducente porque ha creado otra generación de jóvenes frustrados que no encuentran trabajo y son un blanco muy fácil para los radicales", dice Christer Nordhal. Y no se refiere a Hamás. Habla de los aún hoy marginales grupúsculos fascinados con Bin Laden, que creen que Hamás es demasiado moderado.