El 22 de diciembre de 1989, un día después de asistir con incredulidad a los abucheos de la masa que había convocado para que lo apoyara en un mitin en Bucarest, Nicolae y Elena Ceausescu huyeron en helicóptero de la sede del Comité Central ante la irrupción de manifestantes furiosos en el edificio.

Obligados a aterrizar cerca de Targoviste, unos 80 kilómetros al noroeste de la capital, los Ceausescu fueron detenidos por efectivos del mismo Ejército que hasta hacía unas horas controloban y acababa de pasarse a la rebelión. Las nuevas autoridades organizaron un juicio militar exprés para el odiado matrimonio en un cuarto desangelado de la base militar donde estaban presos. El tribunal les condenó a muerte y un grupo de suboficiales les fusiló el día de Navidad para poner fin a su borrachera de poder y megalomanía.

Elena y Nicolae Ceausescu, durante el juicio militar en el que fueron condenados a muerte. / AFP

La ejecución de los Ceausescu terminó también con los asesinatos de los francotiradores de sus tropas de élite que resistieron al cambio de régimen tras su huida de Bucarest el 22 de diciembre. Más de 800 personas murieron alcanzadas en esos tres días a manos de los llamados "terroristas" o en situaciones de fuego cruzado.

En un juicio que comenzó este mes diciembre, la fiscalía responsabiliza a Iliescu y a otros dirigentes de su grupo de esas muertes. Los fiscales les acusan de crear una "psicosis" sobre estos terroristas a través de informaciones falsas y órdenes militares contradictorias que habrían generado una situación de "caos" para consolidarse en el poder. Los críticos del proceso consideran las acusaciones vagas y sin fundamento y califican el juicio de "político".

CARPETAZO AL PERIODO MÁS OSCURO

Sea como fuere, la polémica y heroica revolución anticomunista rumana dio carpetazo al período más oscuro de la convulsa historia del país, que comenzó a finales de los años 40 con la consolidación del dominio soviético y la muerte en las cárceles y campos de trabajo comunistas de toda la élite rumana de antes de la guerra bajo la égida del dictador Gheorghe Gheorghiu-Dej.

El líder más famoso de la Rumanía comunista fue sin embargo Nicolae Ceausescu, que sustituyó al difunto Dej en 1965 y estableció un culto a la personalidad enfermizo inspirado en la dictadura norcoreana que admiraba. Preocupado por ganarse el favor de Occidente al tiempo que se distanciaba de la URSS con un discurso nacionalista, Ceausescu cambió la cara de la represión en Rumanía.

De la detención masiva de disidentes y la tortura pasó al control social más absoluto, con una policía política, la Securitate, bien dotada técnicamente y con un poder casi absoluto para vigilar a cualquier crítico potencial del régimen en los espacios públicos e incluso dentro de su domicilio con micrófonos, pinchazos telefónicos y un ejército de medio millón de informadores reclutado entre los amigos, los familiares, los vecinos y los compañeros de trabajo de los objetivos.

Protesta ciudadana en contra de Ceausescu en Bucarest, el 21 de diciembre de 1989. / AFP

Esta forma implacable pero mucho más sutil de mantener a raya cualquier disidencia le permitió venderse en Occidente como un líder comunista modernizador y abierto, lo que hizo que fuera recibido en Francia, Inglaterra y Estados Unidos y mantuviera relaciones privilegiadas con las potencias del bloque capitalista.

RACIONAMIENTO DE COMIDA Y GASOLINA

Los efectos de la deriva irracional y narcisista de Ceausescu golpearon con toda su fuerza a los rumanos en los años 80, cuando su obsesión por pagar la deuda externa y el control absoluto que ejercía sobre la economía vaciaron las tiendas e hicieron especialmente severo el racionamiento de comida, gasolina y otros bienes de primera necesidad para los rumanos.

Cuando en 1989 las piezas del dominó comunista comenzaron a caer en el este de Europa, Ceausescu se aferró con su aparato represivo a la ortodoxia enloquecida que había desarrollado. "Era un régimen anacrónico sin margen de maniobra", dice a EL PERIÓDICO el historiador y director científico del Instituto de la Revolución Rumana, Constantin Corneanu, sobre la situación en la que quedó tras desmontar sus dictaduras los demás satélites soviéticos.

A diferencia de los otros países del bloque, que habían ido abriéndose progresivamente y donde la oposición salía a la calle y participaba en mesas redondas, Rumanía seguía bajo el mando de un régimen monolítico incapaz de reformarse. "Ceausescu no quiso irse, y quienes estaban a su alrededor no asumieron la responsabilidad de derrocarle", dice Corneanu sobre la violencia y el dramatismo que definió a la revolución rumana frente a otras transformaciones más graduales y pacíficas en la zona.