Cuando el 12 de octubre de 1984 la vida de Jo Berry cambió de golpe, jamás hubiera creído que terminaría forjando una amistad con el militante del IRA que acababa de matar a su padre. Tampoco pudo pensar que su penoso camino hasta lograr perdonar al asesino se convertiría en un ejemplo internacional para otras víctimas del terrorismo. "Mi compromiso es encontrar la humanidad que hay en casa uno", dice Jo.

Sir Anthony Berry fue una de las cinco personas que perecieron al estallar la bomba que destruyó el Grand Hotel de Brighton donde se alojaba la entonces primera ministra Margaret Thatcher con la plana mayor del Gobierno y del Partido Conservador. Jo tenía 27 años y estaba aquel día con la mochila preparada, a punto de iniciar un largo viaje por Africa, para el que solo había sacado un billete de ida.

Lista para la aventura, había alquilado su piso en Londres y pensaba vivir austeramente con la renta. La noticia del atentado le pilló en casa de su hermana gemela. Sus planes se vinieron abajo. "Durante mucho tiempo no pude soportar el dolor y el trauma", ha explicado Jo, que entonces no sabía gran cosa del conflicto de Irlanda del Norte y nunca había oído hablar de Patrick Magee.

La primera vez que escuchó el nombre del terrorista del IRA que había colocado la bomba en Brighton fue cuando la policía le detuvo. Dos años más tarde, fue juzgado en el tribunal londinense del Old Bailey. "No pude soportar el asistir al proceso. Magee fue condenado por cinco asesinatos y recibió ocho penas de cadena perpetua, siete de ellas relacionadas con el asesinato de Brighton", dice Berry. El juez Leslie Boreham le describió como "un hombre de excepcional crueldad e inhumanidad".

Jo siguió tratando de reconstruir su existencia. Se casó, tuvo tres hijas, pero su mente seguía dándole vueltas a la pregunta que se hacen muchas personas en su atormentada situación. "¿Por qué?" El día de junio de 1999 en que vio en televisión cómo el asesino de su padre salía de la cárcel gracias al acuerdo de Viernes Santo, sintió que necesitaba saber y comprender las causas del conflicto que la habían marcado para siempre.

"Retomar el control"

Comenzaron entonces los viajes a Irlanda del Norte, el contacto con otros castigados como ella por la violencia. Gente de uno y otro bando, algunos de ellos vinculados al IRA, que trataban de dialogar y perdonar. "Eran personas que habían perdido a sus hijos, que eran soldados o que habían resultado heridas por las bombas", señala Jo. Solo así pudo comenzar a "retomar el control" de sí misma, porque a pesar del tiempo transcurrido, "seguía sufriendo flashbacks " y "la vida era una pesadilla inacabable".

Alguien próximo al grupo de diálogo le propuso conocer a Magee. La reacción inmediata fue rechazar la cita. Finalmente, y tras muchas dudas, aceptó. El primer encuentro tuvo lugar en un domicilio particular y la conversación duró tres horas. Ella ha contado que no pudo contener las lágrimas cuando Magee le dijo al despedirse: "Siento mucho haber matado a tu padre". Las largas y difíciles charlas continuaron. Y comprobaron que podían escucharse y respetarse mutuamente.

Magee había apostado por el proceso de paz y la renuncia a las armas. Y juntos hicieron lo impensable. Comenzaron a hablar en público en zonas donde la convivencia peligra o se ha roto a causa de la violencia. Daban charlas, participaban en mesas redondas, contaban su experiencia. Uno de esos viajes les llevó en el 2006 a San Sebastián.

El exterrorista y la víctima han creado la organización Building Bridges for Peace (Tendiendo puentes por la paz), que quiere ayudar a resolver los conflictos sin recurrir a la violencia. Ella ahora le ha invitado a la ceremonia con motivo del 25º aniversario del atentado.