El tiempo ha traicionado a los egipcios, retrocede como un reloj estropeado. El país que asistió al estreno mundial del Aida de Giussepe Verdi en 1871, que tuvo la primera democracia parlamentaria del mundo árabe y lideró la región como potencia emergente en los tiempos de Nasser, el primer dirigente verdaderamente egipcio desde el ocaso de los faraones, vive enfangado en una insostenible decadencia. Tras 29 años de dictadura de Hosni Mubarak, la calle exige un cambio para acabar con la miseria, la corrupción, la tiranía y esa permanente involución, fermento de la ignorancia y el oscurantismo religioso.

El cambio no será paulatino. Al menos, a corto plazo. Los comicios legislativos, que hoy se completan con la segunda vuelta, son el mejor reflejo del inmovilismo del régimen. Nadie recuerda un fraude tan grotesco como el de la primera vuelta del pasado domingo, incluso para los estándares de un país que no celebra unas elecciones realmente libres desde 1954. Votos comprados a 8 euros, muertos que votan, intimidación policial, urnas reemplazadas cuando están llenas, individuos que rellenan papeletas. Todo ello a favor del Partido Nacional Democrático (PND) del anciano y enfermo presidente Hosni Mubarak.

PROTESTA POR EL PUCHERAZO En el próximo Parlamento gobernará solo, después de que la oposición islamista y liberal haya decidido retirarse en protesta por el pucherazo. "La oposición controlaba un cuarto del Parlamento, y el Gobierno no ha querido que se repitiera el escenario. Teme a un contrapoder que pueda entorpecer el camino de su candidato en las presidenciales del año que viene", asegura Ayman Sharaf, redactor jefe del diario opositor Al Dostour.

En los últimos cuatro años Egipto ha asistido a un inusual y constante goteo de protestas y manifestaciones, más por los pírricos salarios y draconianas condiciones laborables que por la falta de libertad. Un profesor con contrato temporal gana 20 euros al mes y un salario de 160 euros se considera un buen salario. Pero ante la farsa electoral, la calle ha reaccionado con indiferencia. La cifra oficial sitúa la participación en el 35%, aunque los medios independientes la estiman entre el 5 y el 15%.

Protestar en este país sigue siendo un ejercicio de alto riesgo. Al amparo de las leyes de emergencia vigentes desde el asesinato de Anuar el Sadat en 1981 a manos de islamistas radicales, cualquiera puede ser detenido sin cargos indefinidamente. Furgones de antidisturbios apostados a las puertas de la universidad se lo recuerdan cada día a los estudiantes. En las superpobladas cárceles egipcias la tortura es "sistemática", según Amnistía Internacional. Palos por el recto, descargas eléctricas o presos suspendidos de pies y manos, un repertorio siniestro que hizo de Egipto una de las cárceles preferidas de la CIA.

En privado, los egipcios ladran sin remisión contra el régimen de Mubarak, sostenido por el Ejército y la policía secreta, pero en público callan con sumisión. La oposición democrática e islamista trata de galvanizar la indignación popular, pero no logran arrastrar a las masas, asfixiadas por la inflación y la desquiciante ineficiencia de los servicios públicos. "La mayoría tiene bastante con comer y sobrevivir, pero además no hay un proyecto o un líder con una alternativa sólida y creíble", explica el periodista Khaled el Balsi.

IMPONENTE CRECIMIENTO En los últimos años la economía egipcia ha crecido a un ritmo imponente --un 5,5% el año pasado-- fruto de la privatización masiva y la mejora de las condiciones de inversión impuestas por Fondo Monetario Internacional. "El problema es que ese dinero no se distribuye, no circula, se queda en las altas esferas", asegura Ayman Sharaf. La simbiosis entre el poder económico y político es casi perfecta, como demuestra la desmesurada presencia de ricos magnates y hombres de negocios en el Gobierno y el Parlamento afiliados al PND.

"El sistema es tan corrupto que tienes que pagar continuamente sobornos para hacer negocios y, a la vez, estar bien conectado con el partido", dice el economista e inversor Hany Tawfik. La corrupción lo impregna todo. Se paga mordida por cualquier trivialidad y sin wasta (enchufe) es muy difícil encontrar un trabajo, incluso para los jóvenes con estudios universitarios.

Todos estos factores han convertido a Egipto en un país de emigrantes, cuando en la primera mitad del siglo pasado fue un país receptor gracias a su cosmopolitismo y su tolerancia. Hoy, el que puede se va: los ricos y las clases medias a EEUU y a Europa; los pobres, al golfo Pérsico. Los primeros no regresan y los segundos vuelven con la maleta llena del islam wahabista de los fanáticos saudís.

Nadie sabe qué va a suceder en Egipto, pero el país es una olla a presión. El crescendo de Aida de Verdi resuena hoy bajo las alcantarillas.