Los atentados fallidos de Navidad en un vuelo a Detroit y del mes pasado en Times Square han sido la puntilla que han forzado la dimisión del almirante Dennis Blair, director nacional de espionaje de Estados Unidos, tras 16 meses en el cargo, un periodo de tensa relación con la Administración y, muy particularmente, con la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Blair anunció formalmente ayer su dimisión, que será efectiva el próximo viernes, y aunque ni él ni el presidente, Barack Obama, ofrecieron razones sobre la decisión, durante meses han transcendido los desencuentros. La despedida de Blair no ha pillado por sorpresa a nadie, incluyendo la Casa Blanca, que ya ha realizado entrevistas a candidatos para el puesto y podría anunciar al sustituto hoy mismo.

Es fácil atribuir la dimisión a los dos últimos atentados fallidos, especialmente cuando llega solo dos días después de que el Senado emitiera un duro informe que identificó 14 fallos que permitieron que el nigeriano Omar Faruk Abdulmutallab ­–cuyo padre había alertado sobre su radicalización y que había sido señalado por los servicios de inteligencia en Yemen- embarcara en un vuelo a Detroit e intentara hacer volar el aparato.

Desavenencias internas

En la salida de Blair, sin embargo, hay otros factores, como la extremadamente tensa relación que ha mantenido con la CIA por cuestiones de distribución de responsabilidades. En los intensos choques con la agencia y con su director, Leon Panetta –que ha ganado el apoyo de la Casa Blanca en la mayoría de esas luchas internas– han quedado de manifiesto, una vez más, las fracturas que dividen a la comunidad de espionaje en EEUU.

Esta dimisión no contribuye, al menos por ahora, a reducir esas brechas. El sustituto de Blair será el cuarto director nacional de inteligencia que en cinco años ocupa el puesto, creado tras los atentados del 11-S, supuestamente para unificar a la comunidad de espionaje y mejorar la comunicación entre distintas agencias y departamentos.