Las Fuerzas Armadas de Honduras consumaron ayer un golpe de Estado para impedir que el presidente del país, Manuel Zelaya, realizara su consulta popular para cambiar la Constitución. Al alba, los militares rodearon la residencia presidencial, detuvieron a Zelaya y lo trasladaron a una base de la Fuerza Aérea. Un avión acabó por llevarlo a Costa Rica --"secuestrado tras una conspiración", como él mismo denunció-- con todas sus veleidades izquierdistas, mientras un clamor mundial condenaba el golpe. Los militares se desplegaron por todo el país y el Parlamento nombró a su nuevo presidente, Roberto Mucheletti, ante una "carta de renuncia" que Zelaya ha negado haber firmado.

"¿Quién está detrás de esto? Si EEUU no lo está, estos golpistas no podrán aguantar ni 48 horas", dijo el mandatario tras aterrizar en la capital costarricense, San José, "todavía en camiseta de dormir, semidesnudo", como le "sacaron de casa las fuerzas oscurantistas del pasado".

Zelaya relató: "Los militares ametrallaron mi casa de madrugada y la asaltaron. Me despertaron los tiros y los gritos de mis guardias; salí en ropa de dormir. Me escudé de los balazos en la azotea. Me encañonaron y amenazaron con disparar si no soltaba el celular teléfono móvil". El presidente acusó del golpe militar a "una élite voraz que está dominando el país y no tiene límites", así como a "un grupo de políticos que siguen manoseando los intereses de todos" y también a la Iglesia. No dijo nombres, porque su familia estaba "todavía refugiada en Honduras". Pero denunció la "extorsión al sistema democrático".

"Mientras no termine mi periodo, en enero del 2010, sigo siendo el presidente electo. Pido que lo consideren, antes de hacer más daño", recordó el derrocado presidente hondureño. Asimismo, pidió al pueblo "calma, no violencia", pero lo instó a "la desobediencia civil" y a "manifestarse en todas las ciudades y lugares". Y señaló: "si querían evitar que opinara, el pueblo debe unirse".

Zelaya anunció que acudirá hoy a una reunión especial de los presidentes centroamericanos prevista en Managua (Nicaragua) y advirtió de que "todos los sistemas democráticos deben ponerse en alerta". "Defender a Honduras y a la democracia es defenderse a sí mismo", añadió.

Los hondureños no solo no pudieron votar en la consulta convocada por Zelaya. De repente, los canales de radio y televisión pasaron a transmitir música tradicional. Las tres emisoras proclives al presidente no salieron al aire; las otras dos resaltaban la "tranquilidad reinante". Entre la decepción y la protesta, centenares de personas empezaron a congregarse en las inmediaciones de la Casa Presidencial, rodeada por unos 300 militares. El grito que los unía reivindicaba a Manuel Zelaya con su apelativo cariñoso: "¡Queremos a Mel, queremos a Mel!"

Muchos mostraron su desazón con balbuceos: "No es posible", "tengo ganas de llorar". Otros denunciaban el golpe: "Nos han secuestrado al presidente", "esto es un delito". Y algunos resumían una crisis galopante y anunciada: "Primero colocaron a los peones en las fiscalías y después fueron moviendo todas las piezas para acorralar al presidente y al pueblo", "y por una simple consulta" . El general Romeo Vásquez, al que Zelaya quiso destituir como jefe de la cúpula militar, acabó inclinando el pulso por las armas.