Desde la provincia afgana de Nuristán, junto a la frontera con Pakistán, la 10 División de Montaña del Ejército de EEUU vigila la ruta hacia la provincia de Kunar. La carretera es el lugar donde la insurgencia ataca los convoyes estadounidenses. La ruta discurre casi paralela a la porosa frontera con Pakistán, desde donde, a decir de la Fuerza Internacional de Ayuda a la Seguridad (ISAF), proceden las armas y el dinero que alimentan la guerra en Afganistán. Más allá del límite fronterizo, según el mando de EEUU, está la plana mayor de Al Qaeda, incluyendo a Osama bin Laden y a su número dos, Aymán al Zauahiri.

Cuando se cumplen cinco años de la caída de Kabul a manos de la Alianza del Norte, apoyada por Washington --un acontecimiento que puso fecha a la desintegración del régimen talibán--, Estados Unidos no puede aún vanagloriarse de haber puesto fuera de circulación al artífice de los atentados del 11-S, el argumento con el cual desencadenó una guerra que, a la postre, conduciría al derrocamiento de los talibanes afganos.

DESILUSION EEUU y sus aliados de la OTAN, arropados ahora bajo el paraguas de la ISAF, deben afrontar la reactivación de la rebelión talibán e islamista en el sur y en el este del país, que crece de forma paralela a la desilusión por las promesas incumplidas de ayuda y a la creciente impopularidad entre los afganos del Gobierno de Kabul y de su presidente, Hamid Karzai.

El 2006 está siendo el año más sangriento en el país tras la expulsión de los estudiantes del Corán del poder: más de 3.100 personas han perdido la vida en atentados y ataques insurgentes, un tercio de ellas civiles.

Pakistán, con sus madrasas (escuelas coránicas) que alimentan el espíritu de guerra santa y sus regiones fronterizas en las que el Estado está casi ausente, es el centro de las iras de Washington y Kabul. Fuentes del espionaje afgano aseguran haber presentado a EEUU pruebas concluyentes de que Islamabad continúa apoyando a los talibanes. Las autoridades de EEUU, en cambio, descartan, que haya alguna forma de apoyo oficial del Ejecutivo paquistaní a la rebelión afgana.

La credibilidad del Ejecutivo de Karzai entre los afganos se deteriora de forma acelerada, y las sospechas de corrupción están dando fuelle a los talibanes y a otros grupos que se oponen a Karzai en un país en el que los avances de la reconstrucción apenas han podido palparse.