En este momento en que la comunidad internacional intenta ponerse de acuerdo para enviar al sur del Líbano una fuerza multinacional más robusta que la actual FINUL, conviene recordar los fiascos del pasado en los Balcanes. ¿Habrán extraído los dirigentes de los países que van a contribuir con tropas las lecciones pertinentes?

Es imprescindible que la fuerza internacional cuente con un mandato claro y con la capacidad y los medios suficientes para hacerlo cumplir. O sea, que quien esté al mando de la fuerza, sepa cuál es el objetivo a lograr y tenga los recursos suficientes para realizar la misión.

Tragedia anunciada

En este sentido, la experiencia de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (Unprofor) durante la guerra de Bosnia fue desastrosa. Mucho se ha escrito sobre la vergüenza de Srebrenica cuando, en julio de 1995, los cascos azules de la ONU abandonaron a su suerte a los miles de civiles a los que supuestamente debían proteger. Pero, dada la respuesta internacional desde el inicio de la guerra en 1992, plagada de disensiones y falta de voluntad política, Srebrenica era una tragedia anunciada.

La decisión, en 1993, de declarar cinco enclaves musulmanes en Bosnia (entre ellos Srebrenica) "zonas de seguridad" de la ONU fue el resultado de una reunión (en mayo de aquel año) en Washington, en la que participaron EEUU, Rusia, Gran Bretaña, Francia y España. Esta opción fue un sucedáneo ante la imposibilidad de lograr un acuerdo sobre las alternativas que estaban en la mesa (como los bombardeos aéreos de la OTAN o el levantamiento del embargo de armas al Gobierno bosnio), y no había ninguna voluntad política de llevarla hasta las últimas consecuencias.

El entonces secretario general de la ONU, Butros Butros Ghali, estimó que, para el establecimiento y control de las "zonas de seguridad", Unprofor necesitaba 34.000 soldados adicionales; pero los países participantes solo aportaron 7.000. Así, las zonas de seguridad en Bosnia continuaron figurando entre los lugares más inseguros y los soldados de Unprofor quedaron relegados al triste papel de registrar los múltiples incumplimientos de la supuesta inviolabilidad de los enclaves sin mover un dedo.

La situación a la que se enfrentará la fuerza internacional en el Líbano dista mucho de ser aquella. Pero el actual rifirrafe sobre la naturaleza de la misión --ni hablar de desarmar a Hizbulá-- y la cicatería a la hora de ofrecer tropas no parecen un buen augurio.

Otra cuestión es la de las denominadas "reglas de enfrentamiento"; es decir, cómo deben actuar las tropas ante cualquier desafío y en qué casos están autorizadas a utilizar la fuerza. También aquí la ambigüedad es mala consejera. Aunque las "reglas de enfrentamiento" de la nueva misión en el Líbano aún están por definir, la reciente resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU autoriza a la FINUL a utilizar "todas las medidas necesarias" --la misma redacción que figuraba en la resolución 836 de 1993, que instaba a Unprofor a hacer uso de "todas las medidas necesarias" en respuesta a los ataques aéreos o las incursiones militares en las "zonas de seguridad" de Bosnia.

¿Se limitará la fuerza en el Líbano a la autodefensa? ¿Qué sentido tendría entonces la misión? ¿Qué ocurriría si alguno de sus miembros fuera tomado como rehén, como ocurrió en Bosnia en mayo de 1995, cuando las fuerzas serbias capturaron a más de 400 miembros de la misión de la ONU?

La cadena de mando

Finalmente, una cuestión no menos baladí es la necesidad de un órgano único de decisión política y una cadena de mando unificada, algo obvio e incuestionable para el Ejército de cualquier país, pero mucho más complejo cuando se trata de una fuerza multinacional.

La experiencia del llamado "doble llave" en Bosnia --no hay ningún bombardeo de la OTAN si no lo autoriza también el mando de la ONU, y viceversa-- resultó otro fiasco descomunal. Otros recordarán el incidente ocurrido en Kosovo en junio de 1999, cuando las fuerzas rusas abandonaron sus cuarteles en Bosnia (sin permiso del mando de la fuerza internacional en la que estaban integrados) y corrieron a tomar el aeropuerto de Pristina antes de que entraran las tropas de la OTAN.

El entonces comandante supremo de la OTAN en Europa, el general estadounidense Wesley Clark, ordenó al general británico Mike Jackson --que comandaba las fuerzas aliadas en Kosovo-- que desalojara a los rusos. Jackson desoyó la orden de su superior y replicó que no pensaba ser el responsable de iniciar la tercera guerra mundial.