El próximo viernes 31 de enero, a las 11 de la noche, el brexit se hará realidad. En los próximos meses se negociarán los términos de la futura relación con Bruselas, pero la salida es irrevocable. El de la Unión Europea y el Reino Unido siempre fue un matrimonio por interés. Los británicos jamás se han sentido plenamente europeos. En realidad, nunca han querido serlo. El país pone rumbo a lo desconocido y nadie duda de que las consecuencias serán graves y marcarán muy especialmente el destino de los más jóvenes. El tan citado Winston Churchill ya lo dijo: «El problema con el suicidio político es que uno queda vivo para lamentarlo».

Fue Churchill quien, como recuerda el politólogo de la Universidad de Nottingham Oliver Daddow, retomó después de la segunda guerra mundial el concepto de la «excepcionalidad británica» al establecer las prioridades internacionales. En primer lugar, el imperio; después, Estados Unidos y otros países anglófilos, y muy por detrás, Europa.

«La tradición de la excepción británica tiene siglos y se ha ido adaptando a los cambios del contexto político y los desafíos. Originó la idea de que Gran Bretaña necesitaba vía libre en Europa para su expansión imperial», señala Daddow.

Estrechar demasiado los lazos con los europeos no era conveniente para un país que se consideraba a principios de los años 50 una gran potencia mundial. Esa mentalidad subyace en el inconsciente británico y los brexiteers la retoman ahora en el nuevo concepto de «Gran Bretaña global», el ambicioso futuro que espera al país cuando rompa las cadenas con Bruselas.

SENTIMIENTO INEXISTENTE / Los británicos siempre vieron a Europa como una opción, no como una necesidad, y menos aún como una forma de identidad. La pasión de ser europeo es un sentimiento inexistente en la isla. El pragmatismo les llevó a entrar en el Mercado Común en 1972, con el primer ministro Edward Heath. La economía británica no iba tan bien como la alemana o la francesa y buscaron en la pertenencia al club europeo mayores beneficios comerciales y financieros. «Lo vieron como una manera de recuperar su estatus de potencia mundial», señala el historiador Jeremy Black, autor de la obra Gran Bretaña y Europa: Una historia breve.

Entraron, pero las cuatro décadas que ha durado su permanencia en la Unión Europea han estado sembradas de reclamaciones, disputas, privilegios y excepciones.

Desde Margaret Thatcher pidiendo la devolución del presupuesto a Tony Blair atacando el propósito del «superestado europeo», o el rechazo de todos los primeros ministros, sin distinción, a entrar en la eurozona o a adoptar el acuerdo de Schengen. «Gran Bretaña siempre se ha visto como un miembro medio separado de la UE», según Jeremy Black.

La Unión Europea quería avanzar en el camino de una política exterior conjunta, los británicos no seguirían esa vía. Ellos no querían «más Europa».

GRAN BRETAÑA GLOBAL / La campaña del brexit explotó la reclamación de «recuperar el país», «la independencia», «el control de las fronteras». Nigel Farage y Boris Johnson mezclaron en sus discursos nacionalismo, resentimiento y la hostilidad hacia los inmigrantes, especialmente contra los procedentes del Este de Europa, que habían llegado en masa en la última década. Se alentó el racismo y la xenofobia. Se ganó un referéndum de vital y complejas repercusiones con simplezas y mentiras.

Johnson y los euroescépticos prometen un futuro lleno de oportunidades y potenciales riquezas. «Parte del pensamiento económico detrás del brexit, en los círculos de la derecha en la angloesfera, es que liberará al Reino Unido de los supuestos grilletes de la UE», escribía esta semana Tony Barber en el Financial Times.

«Entonces llegará el resurgimiento de la Gran Bretaña global, libre de vagar hacía lejanos y amplios horizontes del mundo comercial, especialmente los de habla inglesa».

Pero la llamada «relación especial» con Estados Unidos puede servir de poco a la hora de negociar un acuerdo comercial con Washington. Como el propio Barber apunta, ya están ahí las advertencias a Johnson desde la Administración de Donald Trump sobre las posibles consecuencias si no acata instrucciones en cuestiones comerciales o de política exterior.

LA PUERTA AL POPULISMO / La mayoría de los británicos han querido el brexit, aunque hasta ahora todas las consecuencias de esa decisión han sido negativas. Más de tres años de disputas han dejado al país divido y exhausto. El brexit ha abierto la puerta al populismo, que se ha instalado en el poder quién sabe por cuánto tiempo.

El panorama político en el Reino Unido al cabo de un trienio es irreconocible. Johnson ha eliminado a los moderados en el Partido Conservador y posee una mayoría que le permite gobernar a su antojo.

Por su parte, las dos fuerzas en la oposición, laboristas y liberales demócratas, han quedado aniquiladas en las urnas y andan buscando nuevos líderes.

El Partido del Brexit, que tan amenazante parecía en un principio, ha desaparecido literalmente del mapa político. A Farage únicamente le quedará el viernes reunir frente al Parlamento a unos cuantos de sus fieles vociferantes para cantar el Dios salve a la reina.