En estas frenéticas últimas horas de campaña, Nick Clegg ha visitado circunscripciones del norte de Inglaterra que hace un mes daba por perdidas. El autobús de los liberaldemócratas ha hecho más kilómetros de los previstos. El mensaje, el consabido a estas alturas: "Es hora de elegir entre la política del pasado y la nueva. No dejemos pasar esta oportunidad, que aparece una vez por generación. No la desperdiciemos".

Clegg, de 43 años, tuvo recibimientos entusiastas. Pese a su educación elitista en Cambridge, Westminster y Minnesota, ha ocupado con credibilidad el papel del candidato iconoclasta, telegénico pero con sustancia, el genuino candidato del cambio. Si las encuestas aciertan, Gran Bretaña tendrá un Gobierno de coalición o minoritario. Por culpa de (o gracias a) Nick Clegg. Los sondeos le señalan como el que genera más empatía. Emplea coloquialismos en su fluida retórica sin sonar falsamente cercano.

Si las elecciones se celebrasen en Facebook, Clegg y su esposa, Miriam González, abogada de Olmedo (Valladolid) con la que tiene tres hijos, se mudarían a Downing Street. En un sondeo entre 450.000 usuarios, Clegg sumó el 42% de los apoyos; Cameron, el 31%, y Brown, el 27%.