Escuchaba ayer Obama con el pecho en paralelo al atril y el cuello girado a la izquierda, donde hablaba Hu. Solemne, Obama puede alcanzar la seriedad de Hu en una conferencia de prensa, pero es más dudoso que Hu pueda repetir la charla del primero con universitarios del día anterior en Shanghái.

Allí Obama estuvo fresco, seductor, bromista, cercano. Nada de eso encaja en los dirigentes chinos. El reciente desfile militar del 60º aniversario de la fundación del país ilustra lo que se espera de un líder chino: Hu de pie y rígido sobre un descapotable, sin mover un músculo facial en 20 minutos, saludando con la mano como un autómata. Jiang Zemin, su predecesor, le igualaba en el anfiteatro de la gerontocracia. Contener los sentimientos es costumbre en China, y la espontaneidad de Obama no ha pasado desapercibida. "Me gusta Obama, siempre sonríe. Y es muy joven y guapo, como su esposa", dice una joven empresaria pequinesa.

La esposa de Hu Jintao

Ahí radica otra diferencia: pocos podrían identificar a la esposa de Hu Jintao si se la cruzaran por la calle. Es difícil saber qué líderes chinos están casados y con quién, cuántos hijos tienen. Sus vidas son secreto de Estado. Las numerosas revistas chinas de cotilleo nunca sacarán a un político de vacaciones. También son impensables posados como los de los Obama en la Casa Blanca. En China se ignora dónde viven. Tampoco se conocen sus aficiones. Fue excepcional la foto de Hu jugando al pimpom en Japón.

El primer ministro, Wen Jiabao, se ha ganado el cariño popular. Sonríe, consuela a los huérfanos del terremoto, tiene pinta de buen tipo y probablemente lo sea, pero en sus apariciones televisivas se intuye el cartón piedra, la repetición de tomas y la edición posterior. Ni un ápice de frescura.