El presidente chino, Hu Jintao, aterrizó ayer en La Habana para estrechar las relaciones político-comerciales con Cuba. Descendió del avión con todos los honores y en momentos en que se consolida la influencia económica de Pekín en América Latina. La región no tuvo las mejores relaciones con George Bush y tampoco es una prioridad para su sucesor, Barack Obama.

A principios de los años 60, en medio de la ruptura chino-soviética, Fidel Castro decidió quedarse con la versión moscovita del comunismo y acusó a Mao de confundir el "leninismo con el fascismo". Pasó el tiempo, se licuaron las ideologías y restablecieron las relaciones rotas. Hoy gobierna otro Castro, Raúl, que ve con simpatía el proceso de transformación chino. Pekín es el segundo socio comercial de la isla. Invierte sin preocuparse por la competencia de EEUU. En Cuba financiará la construcción de una planta de ferroníquel y buscará petróleo. Los dos países han fortalecido a su vez las relaciones a nivel militar.

NUMEROS APABULLANTES Jintao participará luego en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), que se celebra esta semana en Lima. Su llegada a la capital peruana trasciende los alcances de esa reunión. En el año de la rata en el calendario chino (con sus augurios de abundancia), después de la primera caminata espacial de un astronauta chino y el triunfo en los Juegos Olímpicos de Pekín, China se presenta en Lima con todo el peso de su nueva influencia regional.

"Las relaciones con América Latina y el Caribe nunca han sido tan estrechas como ahora", dijo Jintao. En los 70, antes de que Deng Xiaoping emprendiera el viraje hacia el capitalismo, el intercambio comercial con la región no superaba los 790 millones de euros. En el 2007, fue de 79.000 millones y la cifra será mayor en el 2008. China ya es el tercer socio comercial regional.

Días atrás, Pekín hizo público su Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe . En esa hoja de ruta se manifiesta la disposición a "desarrollar la amistad y la cooperación" con los países o sus organizaciones de integración regional sobre la base de "la igualdad, el beneficio recíproco y la ganancia compartida". El entusiasmo se asienta en varios pilares. Por un lado, la región, en especial Suramérica, tiene con China una economía complementaria. Le vende materias primas e importa manufacturas. El capital chino participa a su vez de proyectos de infraestructura e importantes inversiones. En términos políticos, Pekín "aprecia" la abstención latinoamericana de desarrollar relaciones o contactos oficiales con Taiwán (la excepción era Paraguay), así como su indiferencia sobre el Tíbet.

China tiene un acuerdo de libre comercio con Chile y tratados de Asociación Estratégica con Argentina, Brasil, México y Venezuela. El presidente venezolano, Hugo Chávez, ha estado cinco veces en Pekín. Caracas esperaba recibir a Jintao con los brazos abiertos. Pero los chinos no quieren que el viaje del presidente se entienda en Washington como una provocación.

Si hay un símbolo del creciente papel es la entrada de China en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) como país donante, tras 15 años de resistencia norteamericana. La debacle económica de EEUU ha terminado por acelerar su ingreso. "No queremos competir con EEUU. Queremos cooperar", dijo el embajador Zhou Wenzhong al anunciar una aportación de 99 millones de euros.

Los maoístas trataban de derribar el sistema. Los comunistas del presente buscan preservar las condiciones del sistema capitalista que han permitido el enorme despegue de su economía. El mundo espera que la locomotora china no se frene. Los latinoamericanos, también.