Las crisis institucionales --incluidas las fugas de sus presidentes-- se están convirtiendo en costumbre en una Latinoamérica que creyó desterradas la violencia y la inestabilidad, en los años 90, al abrazar el credo neoliberal. Gonzalo Sánchez de Lozada escapó de Bolivia en helicóptero, cuando la imagen de otro vuelo llevándose a un mandatario acosado en las calles vive aún en la memoria de los argentinos.

Trece meses antes de que Fernando de la Rúa dejara el poder en medio de otra convulsión social, le tocó el turno al peruano Alberto Fujimori. Y, en enero del 2000, al ecuatoriano Jamil Mahuad. Ecuador tenía el antecedente de Abdalá Bucaram, en 1997, desalojado por "incapacidad mental para gobernar".

En 1999, el presidente paraguayo Raúl Cubas huyó a Brasil tras multitudinarias manifestaciones. Fernando Collor de Mello, en Brasil, y Carlos Andrés Pérez, en Venezuela, tuvieron destinos similares a principios de la década. Todos los casos tienen una política que parece clonada, en la que mezclan la exclusión social y la corrupción. Con Sánchez de Lozada, el neoliberalismo ha recibido en la región el disparo final, según algunos analistas. Otros predicen escenarios similares en Ecuador y Perú si las lecciones de Bolivia no se aprenden.