Un misil alcanza la central eléctrica de Tel-Aviv. Varias baterías de cohetes Qasam impactan en una escuela de Sderot y dejan decenas de muertos. Misiles con cabezas químicas asuelan la capital sureña de Berseba. En Ramat Gan, dos terroristas --para disipar dudas, tocados con el pañuelo palestino -- descienden de un coche a la puerta de un colegio. Entran en el edificio disparando a diestro y siniestro y, en el patio, uno de ellos se inmola haciendo explotar una carga letal de gas sarín. No fue más que un simulacro, el mayor de la historia del país, pero puso en evidencia que Israel está preparando a sus servicios de emergencia y, psicológicamente, a su población para el peor de los escenarios posibles: un ataque masivo con armas no convencionales o una nueva guerra.

"La principal amenaza hoy es Irán o cualquiera de los grupos terroristas que financia", afirmó, a las puertas del colegio Savion de Ramat Gan, el viceministro de Defensa, Efraim Sneh. A su alrededor, bomberos, policías y sanitarios protegidos con trajes para la guerra química evacuaban a los falsos muertos y heridos.

El simulacro sirvió también para coordinar a los distintos profesionales, para evitar situaciones como la del Líbano. En el ánimo de muchos apareció el miedo a un ataque nuclear. Según una encuesta, dos tercios de los israelís creen que si Irán acaba fabricando armas nucleares, las utilizará contra Israel.