Tony Blair, al que la guerra en Irak ha puesto contra las cuerdas, tratará hoy de imponerse a los militantes laboristas como el líder capaz de conseguir una tercera victoria en las próximas elecciones generales. Su deseo habría sido centrar la atención de los delegados del congreso en los asuntos del país, pero vuelve a ser Irak su talón de Aquiles. Los laboristas contrarios a la intervención militar han logrado una primera victoria al introducir una moción pidiendo a Blair que ponga una fecha para la retirada de las tropas británicas de Irak.

La propuesta se discutirá y votará el jueves y, aunque el resultado no es vinculante para el primer ministro, servirá para medir el nivel de discrepancia que la invasión y el caos de la posguerra suscita en el partido. El secuestro en Bagdad del ingeniero británico Kenneth Bigley ha ensombrecido la reunión y ha trastocado la agenda del primer ministro en este congreso de Brighton (sur de Inglaterra).

Blair recibió ayer el respaldo de su máximo rival, el ministro de Finanzas Gordon Brown, cuyas primeras palabras fueron para recordar a Bigley y solicitar "a todos en este país el apoyo para el líder y primer ministro" en estos "momentos de prueba".

EL HERMANO DE BIGLEY La familia del secuestrado ha echado en cara a Blair su pasividad. Un hermano del rehén, Paul Bigley, que participó en un debate marginal en Brighton la noche del domingo, pidió la dimisión del primer ministro, al que acusó de haber dado con su silencio "el beso de la muerte" al secuestrado. "Señor Blair, ¿puede coger el maldito teléfono y llamar al presidente Bush, para que desbloquee la liberación de las dos mujeres prisioneras?", dijo Paul Bigley desde Amsterdam, en una emotiva intervención telefónica, en el acto organizado por Laboristas Contra la Guerra. Los secuestradores de Bigley piden que EEUU libere a todas las mujeres iraquís encarceladas, entre ellas dos científicas que trabajaron para el programa biológico militar de Sadam Husein.

Al margen de la de Irak, en los pasillos del Centro de Conferencias de Brighton se libra otra guerra entre blairistas y brownistas. Una batalla sorda y, aunque la prensa especula sobre refriegas y puñaladas entre ambos bandos, ayer, en la intervención de Brown no hubo una sola coma de deslealtad hacia el primer ministro. Eso sí, el tono firme y el contenido visionario y patriótico de su aplaudido discurso dejaron bien claro que no tiene intención de renunciar a ser el sucesor de Blair.

En su exposición, Brown dijo querer construir para el Reino Unido un futuro económico donde se mezcle el éxito y la competitividad de EEUU con la justicia social de Europa. Un país que se convierta "en el primero de la era global donde prosperidad y justicia avancen juntas", dijo. Fue el ministro de Finanzas quien dirigió la campaña electoral de los laboristas en 1997 y en el 2001, con gran éxito.

OTRO DESPLANTE Desde principios de este mes, sin embargo, ese cargo lo detenta por deseo de Blair uno de sus allegados, el que fuera ministro de Sanidad Alan Milburn, cuyo nombramiento se considera un desplante más para Brown. La intervención hoy de Blair llega precedida de una avalancha de sondeos con resultados ambiguos. Hay muchas críticas a su labor y una pérdida considerable de confianza, pero nadie desea ver a otro político en Downing Street.

Según la encuesta publicada ayer por The Times , el 64% de los consultados cree que Blair no ha sido un buen primer ministro, pero ese mismo porcentaje le sigue prefiriendo al líder de la oposición, el conservador Michael Howard.