La inconsistencia y los continuos cambios de parecer de Donald Trump han sido una constante durante su presidencia, pero en la crisis siria están llegando al paroxismo. El presidente de EEUU dijo ayer que la invasión turca de Siria «no es problema nuestro», una afirmación que llega solo dos días después de que impusiera sanciones contra altos cargos del Gobierno de Ankara y amenazara con «destruir la economía turca» si no cesa su ofensiva contra los kurdos. «Esto no es un problema entre EEUU y Turquía, como muchos estúpidos quieren que creáis», dijo durante una comparecencia en la Casa Blanca. «No somos un agente de policía. Es hora de irnos a casa».

Horas más tarde, volvía a descolocar a propios y extraños con otras sorprendentes declaraciones al afirmar que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ha estado llevando a cabo una sangrienta guerra de guerrillas contra Turquía durante varias décadas, es «probablemente una amenaza terrorista» mayor que el grupo yihadista de Estado Islámico.

La caótica improvisación que impregna la política estadounidense en Siria se reforzó con las palabras del jefe de la diplomacia, Mike Pompeo, que anoche tenía previsto partir hacia Turquía acompañado por el vicepresidente, Mike Pence, para tratar de negociar un alto el fuego. «Tiene que detener la ofensiva», dijo refiriéndose al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. «Necesitamos un alto el fuego para empezar a recomponer la situación».

Nada indica, sin embargo, que Ankara esté por la labor. En un discurso ante el Parlamento turco, Erdogan rechazó las demandas estadounidenses y dijo que sus tropas no se detendrán hasta que logren imponer una «zona de seguridad» de 30 kilómetros en el territorio sirio pegado a la frontera turca. «Nadie puede detenernos», agregó.

Sus declaraciones no dejaron indiferente a nadie, y Trump cosechó críticas a derecha e izquierda.