Aquello que tiempo atrás daba risa por resultar inverosímil o grotesco termina este 1 de enero por convertirse en realidad: Jair Bolsonaro, el apologista de la última dictadura (1964-85) que no se avergüenza de su homofobia ni del desprecio a indios y afrobrasileños, asume la presidencia de Brasil, el país más importante de Sudamérica. Llega con el aval de 55 millones de votos y muchas ambiciones. «Brasil es un territorio de experimentación neoliberal», considera el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. El laboratorio tiene sus peculiaridades inéditas. Lo maneja una coalición de conservadores, evangelistas, Chicago boys adiestrados en las enseñanzas de Milton Friedman y, por último, los militares, colectivo del que Bolsonaro forma parte como capitán.

«El capitán Bolsonaro es un patriota», lo definió Steve Bannon, el publicista que acompañó a Donald Trump hasta la Casa Blanca. Su sentido del «patriotismo» lo ha llevado a ubicar a siete exuniformados en su Gabinete de ministros, entre ellos el general Fernando Azevedo e Silva (Defensa), el general Augusto Heleno Ribeiro (Seguridad Institucional) y Carlos Alberto dos Santos Cruz (Secretaría de Gobierno). Bolsonaro reconoció no saber nada de economía y por eso nombró a Paulo Guedes. Su Ministerio de Hacienda se ha engullido las carteras de Planificación e Industria y Comercio.

MANO DURA / El Chile de Augusto Pinochet, y no la política desarrollista de los militares brasileños de los años 60, es el modelo a seguir. Guedes lo conoce como la palma de su mano. Fue profesor universitario durante esos años de plomo y quiere replicar en Brasil un plan extensivo de privatizaciones, descentralización, ajuste fiscal y una reforma laboral que, ya advirtieron los sindicatos, quieren eliminar los derechos elementales.

Tereza Cristina Correa, quien encabezaba en el Congreso la bancada que defendía los intereses de los grandes propietarios rurales, fue nombrada ministra de Agricultura. Esa parcialidad explícita augura conflictos sociales. Pero Bolsonaro ya anticipó que no tolerará una sola toma más de tierra por parte de campesinos. Se acercan días de «tolerancia cero» en los que la protesta y la delincuencia quedarán hermanados. No por nada el sargento Fahur de la Policía Militar fue el diputado más votado del estado de Paraná. «Bandido en el cajón, alegría para mi corazón», se jacta. La mano dura tendrá su principal respaldo en el Ministerio de Justicia, comandado por Sergio Moro, el magistrado que condenó a Lula da Silva con apenas indicios de corrupción.

Nada de eso se podrá hacer sin una política de demonización permanente del Partido de los Trabajadores (PT), que tiene en prisión a su líder, y un cambio cultural de raíz. La «revuelta conservadora», como la llamó Marcos Nobre en la revista Pauí, se apoya en las iglesias evangelistas y sus 42 millones de feligreses. El nuevo Gobierno dará una batalla sin cuartel contra el «marxismo cultural». Los ideólogos de Bolsonaro, entre ellos el astrólogo Olavo de Carvalho, sostienen que si bien el comunismo se derrumbó, la izquierda ha buscado recuperar su hegemonía en el campo de la cultura y por eso socavó los valores tradicionales a través de la igualdad de género y el feminismo, totalmente repudiado por el nuevo presidente.

El colombiano Ricardo Vélez Rodríguez llegó al Ministerio de Educación apadrinado por De Carvalho y con el beneplácito evangelista para disciplinar el sistema educativo. La pastora evangelista Damares Alves dirigirá por su parte el Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos. De joven, fue abusada sexualmente por dos pastores y esa experiencia traumática, dice, le confiere una autoridad adicional para proponer un subsidio a las mujeres que acepten tener el hijo fruto de la violación.

POBREZA LATENTE / El Brasil que espera a Bolsonaro tiene algo más que urgencias ideológicas: 54,8 millones de pobres. Hay, además, 15 millones de personas sin techo. Casi el 70% son negros o mulatos, aquellos a los que el capitán, durante su campaña, les ha ofrecido apenas escarmiento si se exceden en sus reclamos.

Algo parecido sucedió en 1990 con Fernando Collor de Melho, un candidato promovido por el canal televisivo O Globo. Ambos tienen un modo de actuar muy personalizado, partidos inexistentes y un discurso antisistema sin complejo alguno. Es un misterio si Mesias (el segundo nombre de Jair Bolsnaro) podrá transformar a Brasil a su imagen y semejanza, con todo lo que ello pueda implicar. Nadie lo sabe, solo el tiempo lo dirá.