El último deporte de salón que está de moda en la comunidad universitaria de Estados Unidos es comparar al presidente Barack Obama con alguno de sus más ilustres antecesores demócratas, ponerle nota y hacer vaticinios. Entre los académicos dedicados a este cometido figura el osado Francis Fukuyama, autor en el primer número de este año de The American Interest de un artículo cuyo título exime casi de su lectura: Barack Obama ¿triunfar como Roosevelt o fracasar como Carter? Es como jugar al todo o nada, pero el entretenimiento tiene una enorme cantidad de adeptos mientras las encuestas aventuran que el 45% de los electores tienen un mal concepto del presidente y solo el 51% le apoyan al cumplir 12 meses en el Despacho Oval.

Douglas G. Baird, de la Universidad de Chicago, admite que Obama dio pie a unas expectativas inusitadas, apoyado en una oratoria brillante, un equipo dinámico, una gran movilización popular y un presidente en ejercicio, George W. Bush, al que pocos salvan de la triste condición de haber sido el peor inquilino de la Casa Blanca del que se tiene noticia. Pero el propio Baird recuerda que Obama "ha sido el primero en reconocer que el mundo no se puede cambiar de golpe, aunque es posible seguir el camino para hacerlo". Entonces, ¿lo que se reprocha a Obama es haber equivocado el camino?

Recuerdo de Rooselvet

De nuevo asoman las comparaciones; asoman los 100 primeros días de Franklin D. Roosevelt (1933-1945), que heredó un país arruinado, vapuleado por la gran depresión. Aquellos 100 días fueron lo más parecido a una operación a corazón abierto para sanear un sistema bancario corrupto e ineficaz, atender a millones de pobres de solemnidad y dar empleo a multitudes de desocupados sin esperanza. Cuando se piensa en la United States Bank Holiday (cierre de todos los bancos, ordenado por el Gobierno) para dar tiempo a aprobar la ley de emergencia bancaria, que desencadenó la desaparición del 25% de los bancos, y se compara con los planes de salvamento presentes, se comprende enseguida que los paralelismos carecen de fundamento: hoy se discute de qué forma el Estado puede evitar que se repitan crisis como la que aún padecemos; en 1933, la miseria se había adueñado de la América profunda.

¿Es esto suficiente para los parados --10% de la población activa--, para quienes han visto cómo pierde valor su casa, para los empresarios a los que han cerrado el grifo de los créditos, para los millones de independientes que votaron por Obama? La elección de un senador extremadamente conservador en Massachusetts para ocupar el escaño del progresista Edward Kennedy dice claramente que no. "La elección no fue un referendo sobre Obama o sobre el sistema sanitario", afirmaba el editorial de The New York Times del 22 de enero. Pero seguía: "Obama parece haber perdido contacto con los dos asuntos capitales para la gran mayoría de los estadounidenses: sus empleos y sus casas". Ni una palabra de Afganistán, Irak, Irán, China, el medioambiente y el catálogo de problemas en los que EEUU tiene algo que decir.

¿Es todo un reflejo de la era posimperial a la que se ha referido Fareed Zakaria, responsable de la edición internacional de Newsweek ¿Obedece todo a un reflejo del mundo sin polaridad descrito por el politólogo Richard N. Haas en Foreign Affaires? ¿Se debe todo a que "el gendarme está fatigado", como ha escrito en estas mismas páginas Mateo Madridejos? ¿Aspiró Obama a pasar a la historia como un gran reformador social, pero puede verse obligado a comportarse como un honrado contable que gestiona la crisis?

La contradicción

Nadie lo sabe, aunque es evidente que la elección de Obama fue el resultado de una contradicción: una sociedad mayoritariamente conservadora optó por un presidente liberal para desembarazarse de una Administración de la que se avergonzaba. Los liberales seguramente eran minoría dentro de la mayoría que dio la victoria al aspirante demócrata, de forma que, al apagarse los focos, la mayoría no quiso verse violentada en sus convicciones más arraigadas: Gobierno pequeño, sanidad a la carta, autonomía del individuo, seguridad sin dudas. El "Gobierno heterodoxo" al que se ha referido The Economist incomoda tanto al grueso del electorado independiente que se fue con Obama como la propensión de este a desarrollar grandes teorías generales del rule of law (Estado de derecho) por oposición al law shopping (mercado de leyes), una versión bastante popular de la moral de situación. Si el law shopping da resultado, ¿para qué complicarse la vida?

Basta con considerar algunos datos para comprender que la textura social conservadora sigue siendo mayoritaria. A pesar de su desconocimiento enciclopédico de los asuntos de Estado, Sarah Palin, la excandidata republicana a la vicepresidencia de Alaska, es la segunda mujer más popular del país después de Hillary Clinton. La pena de muerte mantiene un índice medio de aceptación cercano al 60%. Más del 60% de los estadounidenses cree que quien no dispone de un seguro médico privado es porque no quiere o es un despreocupado. Y esta mayoría social es la que tiene la impresión, según Jeff Faux, del Instituto de Política Económica, de que Obama no está "comprometido en un combate". Toda una paradoja para alguien que, como él, ha retado a Wall Street: Si quieren pelea, estoy preparado".