"¿De qué sirve un puente que sólo está fijado a una orilla?", se preguntaba hace poco Timothy Garton Ash. El historiador se refería a la vocación del Reino Unido de lazo entre Europa y EEUU, una vocación que la fractura entre ambas orillas del Atlántico causada por la guerra de Irak había congelado. Pasada la crispación bélica, Blair, Chirac y Schröder van a sentarse a una mesa en busca de un terreno común de entendimiento en esta orilla. No estará Aznar. Lógico. El seguidismo y la inflexibilidad no son la mejor argamasa para la ingeniería política y diplomática. Pese a las Azores.