En su cama de la sección llamada de los solventes del Hospital San Raffaele de Milán, donde probablemente deberá permanecer todo el día de hoy, Silvio Berlusconi se desahogó ayer con don Luigi Verzé, fundador de la estructura hospitalaria, una de las más modernas de Italia. "Yo quiero a todos y quiero el bien de todos, no entiendo por qué me odian hasta este punto", le dijo al sacerdote, al que confió otras cosas que Verzé se guardó para sí. "Lo que ha dicho me pertenece", dijo.

Don Luigi sí dio su interpretación de los hechos: "Lo que ha sucedido es un aviso para él y para el país. También se lo he dicho a Gianfranco Fini y a Pierluigi Bersani", respectivamente presidente del Congreso y líder de la oposición progresista.

A esa convicción de sentirse odiado volvió a referirse Berlusconi cuando le visitó Renato Schifani, presidente del Senado. "Más allá del dolor físico, le hace sufrir el odio político que se transforma en agresión y lo que trasluce es el dolor interior de un hombre que no comprende el porqué de este odio", explicó Schifani a la salida.

El portavoz de Berlusconi, Paolo Bonaiuti, recordó ayer que mientras iba hacia el mitin tras el cual se produjo la agresión, el primer ministro dijo: "¿No sientes el clima de violencia, esa espiral de odio? ¿No piensas que puede pasar algo?".

Nada más despertarse, Berlusconi pidió los diarios. Bonaiuti explicó que fue ayer cuando el primer ministro empezó a sentir los efectos del golpe en la cara. "Pero es un león", subrayó. Los sanitarios tuvieron alguna dificultad para darle de comer, a causa de los dos dientes rotos y el labio partido. También tiene rota la nariz.

El parte médico de ayer decía que "los parámetros vitales están en la norma" y que Berlusconi iba recuperando el medio litro de sangre que perdió. Pero Alberto Zangrillo, el médico que se ocupa del primer ministro, explicaba: "Las consecuencias son más graves de cuanto podíamos decir ayer el domingo, por lo que en ningún caso será dado de alta en las próximas horas".

Mientras, siguen las investigaciones policiales. Se excava en la vida de Massimo Tartaglia y se intenta explicar cómo pudo ser agredido un jefe de Gobierno rodeado por un doble anillo de 30 agentes y con otros 100 ocupados en su seguridad. Un informe de los servicios secretos alertó hace meses de que Berlusconi corría peligro de "gestos violentos por parte de algún elemento aislado".