El patio de la mezquita Tahrir, pegada a la plaza homónima que se ha convertido en el corazón de la revuelta, es desde hace dos días un improvisado hospital de campaña. Los heridos llegan en volandas o en la grupa de motociclistas reconvertidos en camilleros. Se abren paso entre gritos e invocaciones divinas. Ya no solo hay heridos por balas de goma del tamaño del hueso de una cereza. La arrinconada policía del régimen disparó ayer munición real en el centro de El Cairo para proteger el Ministerio del Interior. Al menos hubo tres muertos. "Soy profesor, ¿qué clase de Gobierno dispara contra su gente?", decía Mansur Gafaar, con la cara ensangrentada.

El escenario en El Cairo ha cambiado. El despliegue de los militares el viernes por la noche, paralelo a la retirada de la policía, acabó con la caótica guerrilla urbana que se había propagado por todos los barrios de la ciudad. La misma gente que se había defendido de las andanadas policiales con piedras, palos o cócteles molotov se subió encima de los tanques, aplaudió y besó a los soldados y les jaleó al grito de "El pueblo y el Ejército es lo mismo".

Ese es el sentimiento unánime. A los militares se les considera una institución neutral, a pesar de que los tres dictadores que han gobernado el país desde 1952 han salido de sus filas, incluido Hosni Mubarak. Esa sensación se ha reforzado debido a la pasividad mostrada por el Ejército, ajeno a la represión desde que salió a la calle.

A la policía, en cambio, se le considera el garrote y protector del régimen, sin ánimo de extorsión, tortura, humillaciones y arbitrariedad. Suya ha sido la represión de los últimos cinco días. Desde el martes, según fuentes médicas, han muerto un centenar de manifestantes, especialmente en Alejandría, Suez y El Cairo. Los heridos son miles. Solo en Alejandría murieron 31 personas. En Beni Suef, al sur de El Cairo, fallecieron 12 personas.

Y la gente ya no parece dispuesta a perdonar la brutalidad. El miedo se ha evaporado. Ayer, miles de personas intentaron asaltar el Ministerio del Interior después de que se corriera el rumor de que los agentes habían matado a un manifestante. Arrinconados durante horas, los agentes policiales cargaron con gases lacrimógeno, balas de goma y fuego real.

LAS INCOGNITAS En esta revolución a medio hacer, todo son incógnitas. ¿Por qué sacó el presidente a los militares a la calle y replegó a la policía? ¿Fue para detener el baño de sangre y calmar los ánimos? ¿O fue para dejar la ciudad desprotegida, a merced del pillaje y el vandalismo y así poder travestir la naturaleza pacífica de la revuelta?

Esta última es la versión más extendida en la calle. "Todos los incendios y saqueos ocurrieron después de que la policía desapareciera. Han dejado toda la ciudad desprotegida, incluidas la embajada israelí y la gran sinagoga, que están cerca de mi casa. No hay duda de que quieren manipular la imagen de la protesta", afirma Hala el Khoussy, una documentalista de 36 años.

La duda más inmediata pasa por saber qué hará el Ejército. En sus manos está prolongar la agonía del régimen o acabar definitivamente con él, por más que Hosni Mubarak sea su comandante en jefe.