Cuentan en occidente que allá en la India, la meca de la superación, la gente alcanza la felicidad a través del equilibrio aprendido gracias a una sabiduría que se transmite de unas generaciones a otras .Les enseñan a amar lo que tienen, por poco que sea. Hasta ahí muy bien, pero, ¿qué pasa si te arrebatan hasta esas mínimas pertenencias? Pues ocurre que te arrancan de tu vida y te obligan a vivir otra para la que nadie debería estar preparado.

Narmada es un río de 1.312 kilómetros alimentado por el mar de Arabia que atraviesa los estados indios de Madhya Pradesh, Maharashta y Gujarat. Sardar Sardovar es el segundo proyecto hidrográfico más ambicioso del mundo y contempla la construcción de 30 presas grandes, 135 medianas y 3.000 pequeñas sobre Narmada, convirtiéndolo en un río que crece para unos y que inunda y destruye para otros.

Oficialmente, el proyecto tiene como objetivo aportar agua y electricidad a unas tierras devastadas por la sequía y sedientas de desarrollo, según explica el señor Rohit, miembro de la Asociación Amigos del Río Narmada y natural de Badwani, una ciudad del estado de Madhya Pradesh afectada en el proyecto de construcción de presas que será próximamente inundada; Sangthan, militante de esa misma agrupación contra las presas en Narmada, añade: "Y eso, ¿a quién le beneficia?".

La pregunta es retórica. El proyecto beneficia a los otros .

Ellos, los habitantes de ciudades como Badwani, Kakrana, Surbana, Biquará, Ciclada, Quter, Bitara o Vahadle Village se quedan sin sus casas, sin sus tierras, sin sus formas de vida, sin sus medios de subsistencia. Y sin compensaciones económicas por parte del Estado cuando llegue el próximo monzón y entierre bajo el agua sus ciudades y pueblos.

Apoyo incondicional

Si se cumplen todas las previsiones, en el 2020, los cultivos secos del estado de Gujarat, que financia el 80% del presupuesto de proyecto, podrán ser regados una vez el agua atraviese toda una cadena de áreas secas a lo largo de unos canales compartidos. No es extraño que la población de las ciudades y aldeas que se han salvado de quedar sumergidas apoye incondicionalmente el proyecto. La posibilidad de pasar de tener una bombilla en sus casas a tener dos o tres, y hasta un electrodoméstico, es otro aliciente poderoso.

Pero el precio es alto: ya hay 200 pueblos sumergidos y más de 200.000 personas desubicadas.

Los habitantes de lugares como Bitara, en el estado de Madhya Pradesh, se han echado el petate al hombro y con una mano delante y otra detrás han andado montaña arriba hasta que dejasen de mojarse los pies. La infraestructura no da para mucho: unos techos improvisados de palmas, medios para hacer algún fuego y un buen tronco que les permita flotar de una orilla a otra donde a veces encuentran un puestecillo que vende alimentos de primera necesidad. ¿Cómo los pagan? Imposible saberlo.

"Unidos, venceremos"

Siguiendo esta ampliación nueva del río, como a una hora en lancha y otra media de caminata, visitamos una casa. No hay luz y tampoco agua, pero sí gallinas que ayudan al estómago de las familias a tirar una temporada. Avanzamos por un sendero trazado desde la casa hasta una pequeña escuela de futuros luchadores. En un espacio de paredes de barro y suelo de arena esperan unos 25 niños de diferentes edades. "¡Gindabá!", gritan con los puños levantados. "Unidos, venceremos".

La gran mayoría de los 25.000 habitantes de Harsud vivían de la pesca. También había un médico y un profesor. El pueblo fue sumergido con el monzón del 2004 y todas las familias tuvieron que trasladarse a unos 10 kilómetros de allí para construir sus hogares. El nuevo Harsud carece de electricidad y de agua corriente, porque el Estado no ha cumplido sus promesas. El profesor ya no tiene escuela donde ejercer y el médico carece de medios sanitarios.

"¡Gindabá!", suena el grito de nuevo. Juntos venceremos. Pero no todos están de acuerdo sobre a quién tienen que vencer. Hay quien piensa que es un dios enojado el que envía las lluvias como castigo. Otros sostienen que el Gobierno les ha traicionado. Y no faltan quienes aseguran comprender que el desarrollo y la globalización son trenes que avanzan con una fuerza y una velocidad que no todos pueden seguir.

El lugar más bajo

La India, la democracia más poblada del mundo, el décimo país más industrializado, también cuenta con el mayor número de pobres del planeta. Las zonas más afectadas por la pobreza son las rurales, las mismas que desde hace una década están sufriendo el total abandono por parte de un Gobierno obsesionado con la carrera del desarrollo. Las tierras se ofrecen a precio regalado a cambio de inversiones extranjeras que aportan un desarrollo económico indiscutible pero del que solo podrá aprovecharse una pequeña parte de la sociedad.

Quienes se dedican a actividades como la pesca o la agricultura, en cambio, abandonan sus tierras sin saber qué hacer con sus vidas. Algunos subirán montaña arriba y otros probarán suerte en la ciudad, donde lo más probable es que la jerarquía que reina en la conciencia india los sitúe de golpe en el lugar más bajo de la sociedad. No es extraño que en los últimos años los núcleos chabolistas no dejen de crecer.

Esta es la brecha que va causando el desarrollo de la economía india, condicionado por las necesidades de una sociedad que va creciendo, un sector que tiene las herramientas para poder ir más o menos a la par de este vertiginoso ritmo, un sector más pudiente que reclama ser abastecido y un Gobierno que no quiere perder la oportunidad que países capitalistas les está dando de incorporarse al mercado global. El resultado es una India cada vez más desarrollada, sí, pero también una India cada vez más precaria.

El valle de Narmada, el que dota de dicha , está transformándose en un gran río en el que los pescadores apenas pueden faenar porque se ha alterado el ciclo ecológico y lo que ahora es fondo antes era tierra seca. El sector medio de la población rural se desplaza a la ciudad para convertirse allí en sector marginado. En el otro extremo de la pirámide social, los jóvenes más afortunados tendrán la posibilidad de trabajar en nuevas empresas y los más pequeños pasarán de la bicicleta a la videoconsola. Quienes puedan permitírselo, pasarán del universo solitario de la India al mundo empequeñecido pero global de Internet.

La evolución no trata a todo el mundo igual, no reparte la misma suerte y nunca cubrirá a todos con el mismo manto. Eso es algo que en la India todos aprenden en algún momento. Ahora como embalse, el valle de Narmada seguirá dotando de dicha. Pero solo a algunos.