El espectro del otoño del 2005, cuando una oleada de disturbios incendió los suburbios de Francia, sobrevuela de nuevo la banlieue norte de París, ahí donde precisamente saltaron las primeras chispas. Autobuses atacados por bandas de jóvenes, violencia en los centros escolares, establecimientos públicos saqueados, funcionarios agredidos y servicios públicos interrumpidos están ahora a la orden del día en el castigado departamento de Seine-Saint-Denis. Cada día la tensión se incrementa unos cuantos voltios.

¿Qué ha sucedido para que, cuatro años y medio después de la revuelta que tuvo cerca de dos meses al Gobierno francés en jaque, la situación vuelva a ser explosiva? Expertos, asociaciones que trabajan sobre el terreno y políticos locales coinciden en señalar la misma combinación de factores: el paro agravado por una crisis económica que, como siempre, se ceba en los más pobres, se combina con la marginación y la delincuencia que se extiende en unos barrios donde las redes y bandas de tráfico de drogas imponen su ley.

BARRIL DE POLVORA "Estamos sentados sobre un barril de pólvora", advierte Claude Bartolone, alcalde socialista de Bobigny. A su juicio, el departamento de Seine-Saint-Denis "es el reflejo de todos los fracasos de Nicolas Sarkozy", el presidente que prometió "limpiar" los suburbios de la "chusma" y que designó secretaria de Estado para la ciudad a Fadela Amara, una hija de la banlieue y activa defensora de la integración en la República de las mujeres de origen inmigrante.

Sin embargo, los planes de rehabilitación anunciados tras el otoño caliente del 2005 apenas se han traducido en hechos, y las medidas para ayudar a los jóvenes, como currículos anónimos --para evitar la discriminación por el código postal de procedencia-- o facilitar su entrada en las grandes escuelas, todavía no han surtido ningún efecto.

Frente a los problemas de inseguridad, las autoridades del país han respondido aumentado la presión policial. Pero después de cada redada, en cuanto los agentes de seguridad ya se retiran, las bandas de jóvenes vuelven a descargar su ira contra todo lo que huela a Estado. O sea, cualquier servicio público.

Los autobuses se han convertido en un blanco fácil de las protestas de los jóvenes de los suburbios. Hartos de las pedradas con que son recibidos los vehículos en algunas de las cités --como se conoce popularmente a los barrios más desfavorecidos de la capital francesa--, los conductores de los vehículos interrumpen el servicio cada vez que los incidentes suben de tono.

ESPIRAL DE MALESTAR Como sucede con los incendios de coches --un fin de semana normal se pueden llegar a quemar alrededor de un centenar--, los más perjudicados son, sin duda, los propios vecinos que al día siguiente deben ir al trabajo o a estudiar. La línea de autobús constituye el único medio de transporte colectivo que conecta estas aglomeraciones urbanas--generalmente aisladas y sin apenas comercios ni servicios-- con los centros urbanos. Se mantiene así una espiral de malestar que resulta difícil de romper.

"Los habitantes se sienten abandonados. La diferencia entre las condiciones de vida que hay en los barrios pobres y los demás no cesa de aumentar y las políticas públicas solamente logran atenuar el desastre, pero no logran invertir la situación", analiza Laurent Mucchielli, que está considerado con un destacado especialista en temas relacionados con violencias urbanas. A juicio de este experto, los millones de euros que se han invertido en renovaciones urbanas no atacan los problemas de fondo, como el fracaso escolar y una elevada tasa de desempleo juvenil que en algunos barrios llega a superar el 50%.