George Bush juró ayer por segunda vez su cargo de presidente de EEUU protegido por el mayor dispositivo de seguridad de la historia de las inauguraciones presidenciales. Todos los medios humanos y tecnológicos disponibles se emplearon al máximo para garantizar que nadie, terrorista o loco, aguase la fiesta de Bush. Para evitar sobresaltos, las autoridades cerraron el espacio aéreo en un radio de 36 kilómetros de la ciudad, patrullado por aviones de la Fuerza Aérea. Y aunque no elevó el nivel de alerta terrorista, el Pentágono instaló misiles en varios sectores.

El despliegue de seguridad sin precedentes no impidió el martes que un estadounidense resentido con el Gobierno tratase de hacer explotar una camioneta cerca de la Casa Blanca. Esta vez no fue Al Qaeda quien asustó a las fuerzas de seguridad que protegen la capital estadounidense, sino Lowell Timmers, un ciudadano de Cedar Springs (Michigan). Irritado por la posible deportación de un familiar, amenazó con activar el dispositivo casero colocado en los bidones de gasolina de su camioneta.

Eran las 3.30 de la tarde del martes, a sólo 46 horas del juramento de Bush, que en ese momento asistía con su esposa Laura a un concierto, como parte de las fiestas de la inauguración.

UNA FALSA ALARMA "Sabíamos que había mucha seguridad pero esto es asombroso", comentó el turista Trey Schroeder, tras contemplar la fantástica escena que se desarrolló en la calle 15, cerca de la Avenida Pennsylvania, en el recorrido del desfile triunfal de Bush. Centenares de policías y vehículos blindados acudieron a toda velocidad cuando Timmers aparcó junto a un control del servicio secreto y anunció que explosionaría su vehículo si no se cumplían sus demandas. La alarma que provocó hizo que se enviasen francotiradores a los tejados vecinos, se cortasen las calles cercanas y se evacuasen docenas de manzanas. También se enviaron a la zona ambulancias y equipos de detección de sustancias peligrosas.

El incidente acabó pacíficamente con la rendición de Timmers, pero sirvió de aviso a los 7.000 soldados y 6.000 policías encargados de proteger Washington. Medio centenar de agencias de seguridad federales, estatales y locales tomaron parte en el esfuerzo, coordinado desde un centro neurálgico en el estado de Virginia. "Hemos usado toda la tecnología que tenemos para esta operación", explicó Jim Rice, supervisor del FBI para los actos inaugurales de Bush.

Gracias a gigantescas pantallas de vídeo, los agentes de la ley pudieron ver desde ese centro de Virginia las calles de Washington, donde más de 100 céntricas manzanas fueron cortadas ayer durante la inauguración del presidente. También siguieron las evoluciones de los helicópteros Black Hawk, y de los aviones de combate F-15 y F- 16, empleados para vigilar el espacio aéreo de la capital estadounidense, cuya zona de restricción de tráfico se amplió durante la jura de Bush. Además, también se vigilaron desde Virginia los sensores colocados en puntos de Washington, para detectar agentes químicos o biológicos.

PARAGUAS PROHIBIDOS En la colina del Capitolio, escenario del juramento presidencial, las medidas de seguridad fueron extremas. Quienes eran portadores de la necesaria invitación para acceder a las tribunas colocadas frente al histórico edificio del Congreso, debieron pasar antes por uno de los 12 puntos de control establecidos en el recinto.

En el recinto estaba prohibida la entrada de una larga lista de objetos. Además de los obvios, como armas de fuego, explosivos o cuchillos, también estaban vetados otros de aspecto inocente como paraguas, termos para bebidas calientes, cochecitos para bebés y "cualquier otro objeto" que, en opinión de los agentes de seguridad, pudiera constituir "una amenaza".