El amor a Leonardo Da Vinci -superior, incluso, al que le profesa Dan Brown, que se ha lucrado a su costa- le ha jugado una mala pasada a Christian Gálvez Montero (Móstoles, 1980), el hombre que lleva desde el 2007 presentando en Tele 5 el concurso Pasapalabra. La exposición en Madrid de la Biblioteca Nacional Los rostros del genio, nacida de una idea suya para acercar al maestro al pueblo llano, lo ha arrojado a los pies de los caballos. O, mejor dicho, de los historiadores del arte, que lo acusan de un ser un intruso y un frívolo que nunca debería haber puesto las manos sobre Leonardo.

Hasta la comisaria principal de la muestra, Elisa Ruiz, que Gálvez consideraba erróneamente su protectora ante el mundo académico, se ha desentendido de él y ha venido a decir que es un ignorante con el que prefiere no tener nada que ver. La participación de Gálvez parece limitarse a objetivos didácticos y comerciales: gracias a él, la asistencia a las exposiciones de la Biblioteca Nacional se ha incrementado el 40%, y da la impresión de que los profanos salen de la muestra muy satisfechos.

Esta situación no es nueva en el mundo del arte. Cuando el Guggenheim de Nueva York puso de director a Thomas Krens, un hombre con fama de pesetero, muchos puristas pusieron el grito en el cielo. Y ahí lo dejaron cuando el astuto Krens montó la exposición dedicada a Giorgio Armani o la consagrada a las motocicletas Harley Davidson…, que resultaron ser de las más visitadas en toda la historia del museo. La relación del arte con el dinero es lo que tiene. Para unos, Krens es el anticristo; para otros, alguien que ha sabido captar la atención (y los monises) del público cuando más falta hacía.

En el caso de Gálvez, ¿quién tiene razón? ¿Los sesudos académicos o el voluntarioso invitado al que nadie esperaba? Hay que reconocer que el hombre es un forofo sincero de Leonardo, personaje al que le ha dedicado algunos libros: los ensayos Tienes talento. Descubre cómo sacar lo mejor de ti mismo de la mano de Leonardo Da Vinci (2013) y Leonardo Da Vinci, cara a cara (2017), o la novela histórica Matar a Leonardo Da Vinci (2014). Asegura haberlo estudiado a fondo y se indigna cuando se le califica de intruso y se le recuerda aquello de «zapatero, a tus zapatos».

Los zapatos de Christian Gálvez se mueven por el terreno audiovisual. Como está siguiendo el camino del gran Jordi Hurtado —a la gente le parece que lleva medio siglo presentando Saber y ganar, aunque en realidad son algunos años menos-, todo el mundo lo identifica como el presentador de Pasapalabra. Pero el hombre tiene una historia. Empezó de actor a los 15 años con un papelito en la telecomedia de Emilio Aragón Médico de familia. Vinieron luego apariciones en La casa de los líos -a mayor gloria de su protagonista, Arturo Fernández, ídolo de todas las chatinas españolas de la tercera edad- y Al salir de clase, serie dirigida, como su nombre indica, al público juvenil. Entre el 2005 y el 2007, nuestro hombre ejerció de reportero en el Caiga quien caiga que comandaba Manel Fuentes. Y sí, los últimos 11 años los ha pasado en el programa de las palabritas que empiezan por una determinada letrita.

Casado con la gimnasta Almudena Cid y premiado en el 2011 con una Antena de Oro, Gálvez tiene a su favor no ser un sujeto cargante, a diferencia de algunos de sus colegas (no diré nombres). Tiene cara de buen chico, es amable y comprensivo con los concursantes, por tarugos que sean o porque sean tan listos que puedan acabar arruinando a la productora, y si te lo encuentras zapeando, no cambias rápidamente de canal para perderlo de vista. Sus sueños de actor parecen haber quedado atrás, pero no sería de extrañar que lo de llevar 11 años en Pasapalabra le resultase a veces un pelín rutinario y cansino. De ahí lo de buscarse actividades paralelas con las que entretenerse un poco y demostrar a la población que es algo más que un busto parlante.

Y de ahí la exposición Los rostros del genio. Aunque no a todo el mundo: ahí está ese subidón del 40% en la venta de entradas. La polémica sigue su curso y uno entiende a las dos partes enfrentadas: a los eruditos que se sienten humillados por un intruso y víctimas de su competencia desleal; y al (supuesto) intruso que aprecia de verdad el objeto de su estudio y lo acerca al gran público desde su posición de famosillo. En cualquier caso, el dinero no le viene mal a nadie. Ni a ustedes, ni a mí, ni a la Biblioteca Nacional.