la expresión «somos lo que comemos» se instaló hace tiempo en el acervo popular para subrayar la importancia que la comida tiene en nuestro bienestar. Lo que hasta ahora no estaba tan claro, pero va camino de confirmarse, es la influencia que ejercen los alimentos que tomamos en la fijación de nuestra propia fecha de caducidad. El bioquímico italiano Valter Longo (Génova, 1967) lleva 30 años estudiando la relación que hay entre la alimentación y la longevidad y sus conclusiones aconsejan tener muy presente cada bocado que ingerimos si queremos retrasar al máximo el día de nuestra muerte.

«Junto a la genética, que no podemos modificar porque nos viene de fábrica, la comida es el factor que más influye en el número de años que vamos a vivir», sentencia el científico, mundialmente conocido como «el gurú de la longevidad» por los hallazgos que ha llevado a cabo en el campo del envejecimiento celular en el Instituto de Longevidad de la Facultad de Gerontología de la Southern California University, que actualmente dirige.

En su búsqueda de la dieta de la eterna juventud, Longo no se ha limitado a espiar cómo reaccionan las células en presencia de distintas sustancias, sino que ha investigado el régimen alimenticio que siguen las poblaciones más longevas: Okinawa en Japón, el sur de Grecia, algunas áreas de Costa Rica y Calabria, de donde es originaria su familia. Lo que le revela el microscopio y le cuentan los viejos de estos lugares coincide en una serie de alimentos y hábitos que ha resumido en La dieta de la longevidad (Grijalbo), libro del que lleva vendidos 300.000 ejemplares en todo el mundo. Su subtítulo -Comer bien para vivir sano hasta los 110 años- es una declaración de principios y un homenaje a Salvatore Caruso, vecino de su abuelo, que murió con esa edad. «Si cuidamos lo que comemos, podremos vivir los años que él vivió», asegura.