Objeto cargado de connotaciones: de afirmación personal, revuelta, liberación, sexualidad. El fetiche de la cultura del rock’n’roll y un exponente de la cultura del aprendizaje y el esfuerzo, conceptos ambos en discusión en la era de las músicas urbanas y las app. ¿Terminó su tiempo en el olimpo de los símbolos culturales?

Algunas cifras sugieren que, si bien sería improcedente cantarle las exequias, sí podemos cuestionar su protagonismo. En Estados Unidos, el gran dominio de la guitarra eléctrica, las ventas se han reducido en un 22,7% en una década, de 1.452.000 de unidades en el 2008 a 1.123.000 en el 2017, según un informe de Music Trades que meses atrás suavizó una estimación anterior de The Washington Post, que hablaba de una caída de hasta el 33%. Una marca noble, Gibson, rozó la quiebra el año pasado a causa de esos descensos.

Cifras al margen, no hay más que echar un vistazo a las músicas del momento para concluir que, cuando menos, la guitarra ha perdido punch como instrumento líder. Las puestas en escena de la música urbana carecen de instrumentos y se sustentan en programas para definir patrones rítmicos y hi hats como los usados en el trap y el r’n’b.

En las últimas listas de ventas estadounidenses abundan los raperos como Drake, Cardi B, 21 Savage, Future, Juice WRLD y Meek Mill, así como las vedettes del dance-pop, caso de Ariana Grande. Pero, últimamente, el número uno ha correspondido a Bohemian rhapsody, la banda sonora de Queen, que ha situado la guitarra en primera línea, aunque en calidad de espectro del pasado. La realidad se fragmenta: los últimos Grammy encumbraron al cantante y rapero Childish Gambino (en cuyo Awaken, my love! hay guitarras eléctricas con ecos de soul psicodélico) y a la cantante de pop Dua Lipa, decantada por los sonidos electrónicos de laboratorio. Laureles, sí, para la rapera Cardi B, pero también para la joven cantautora country-pop Kacey Musgraves. La guitarra acústica parece estar menos desplazada del mercado de tendencias: ahí están el último giro de Lady Gaga y el ejemplo de cierto neotrovador británico.

El ‘efecto Ed Sheeran’

Sí, Ed Sheeran, que coronó la lista de las giras con mayor recaudación en todo el mundo en el 2018 y cuya propuesta funde los loops digitales del r’n’b y los acordes de guitarra. Acústica, no eléctrica, dando un perfil alejado del guitar hero, esa figura asociada a los 70 que ahora ya queda casi relegada al mundo metalero.

Sheeran aparece como el tipo que ha logrado que la guitarra acústica vuelva a ser sexi. Así lo aprecian en las tiendas musicales. «Las ventas de modelos acústicos han subido un poco gracias a él, que sale al escenario completamente solo con su guitarra», señala un vendedor consultado por este diario, quien reconoce que ahora «se venden un poco menos las guitarras eléctricas porque ya no solo hay rock, también géneros latinos, y muchos chavales prefieren comprar máquinas».

El podio de tours que más público atrajeron el año pasado a escala global lo dominan figuras no asentadas en las guitarras de ningún tipo, como Taylor Swift (aunque la acústica sí pesó en su inicial etapa filo-country), Jay-Z & Beyoncé, Bruno Mars y Justin Timberlake. Y lo más significativo: en ese ranking, la fidelidad a las seis cuerdas reposa en artistas muy veteranos, como son los Rolling Stones, U2, Roger Waters y los Eagles.

El impacto de las músicas urbanas en España es algo menor y más reciente que en Estados Unidos, aunque el empuje comercial de Rosalía (con la guitarra flamenca como discreta aliada) y de figuras del hip-hop y el trap como Kase-O, C. Tangana o Bad Gyal, y reguetoneros como el astro Maluma o Adexe & Nau, puede ser visto como una cuña de lo que está por venir. En esas estéticas musicales, las guitarras eléctricas son tan irresistibles como el viejo bandoneón tanguero para los grupos de rock de 1975.

Pero nuestras escuelas de música dicen no acusar por ahora un descenso en matriculaciones para estudiar guitarra eléctrica pese a la proliferación de músicas que ignoran ese instrumento. Las tendencias, obviamente, son otras. No hay que olvidar que hay teclados que lo hacen todo, y aparatos que pueden suplir a cualquier instrumento, de modo que «la tecnología se ha convertido en la vía más fácil para hacer música», según los expertos.

La gratificación inmediata que brinda ahora esa tecnología puede convertir el aprendizaje de un instrumento en una tarea fastidiosa. Y juegan en contra de la guitarra eléctrica otras connotaciones: la masculinidad expansiva del guitar hero, transmisora de poder, a juego con aquellas murallas de bafles Marshall (hoy innecesarias).

Quedan sus propiedades puramente musicales, sus posibilidades armónicas y tímbricas, su relación física con el ejecutante, la modulación de una nota con las yemas de los dedos.

Habrá que ver si eso es suficiente para que otras generaciones puedan hacer suya la sentencia de Patti Smith.