Mucho del trabajo de este actor se centra en el cuerpo, en su modulación para hacer exterior lo interior. Para la inmortal película de aventuras de Michael Mann se convirtió casi en otro Daniel, uno musculado, atlético y hábil con las armas. Como su personaje, Ojo de Halcón, el joven blanco del siglo XVIII adoptado en la infancia por mohicanos, este Daniel sabía cazar animales salvajes, despellejarlos y comérselos. Método y cierta locura. Tan impresionante como su transformación en héroe de acción era su química con Madeleine Stowe, sublimada en miradas y silencios ardientes. También en intercambios verbales de leyenda como: «¿Qué mira usted, señor?» «A usted, señorita». La timidez hace perder el tiempo.