Quién le iba a decir a Xavier Sardà que antes de cumplir los 60 se iba a convertir en una de esas figuras de la pequeña pantalla a quienes premian «en reconocimiento a toda una vida ligada al medio televisivo», después de los muchos palos recibidos por parte de la crítica, que le acusaba de expendedor de telebasura. Y sobre todo ahora, que lidia en la batalla política de los periodistas de opinión y como tertuliano en diferentes cadenas de televisión.

Pero es que esa trayectoria, que aún activa en tiempo presente, se remonta a un chaval que con 18 años escribía crónicas musicales y con 20 trabajaba ya en Radio Nacional. Un jovencito capaz de convertirse, con un giro de voz, en un anciano cascarrabias llamado senyor Casamajor. Un tipo que antes de cumplir los 30 llegó a dirigir La bisagra, de RNE, y que con 34 fichó como colaborador del Hoy por hoy de Iñaki Gabilondo, en la cadena SER, donde luego abriría La ventana.

El salto a la tele se produjo en la década de los 90 y fue lógico: tenía 32 años cuando sucedió a Ignacio Salas como presentador de aquel Juego de niños de TVE (1990) lleno de gallifantes. El salto a las teles privadas llegó con Todos somos humanos, aquel programa de pifias televisivas presentado junto con José María Carrascal en Antena 3, en 1996.

Y al año siguiente, Tele 5 le fichó para moderar Moros y cristianos, programa en el que dos grupos de contertulios se enfrentaban verbalmente sobre temas de actualidad. ¿Les suena? Un formato base de innumerables espacios de tertulias.

Cuando Tele 5 canceló Esta noche cruzamos el Mississippi y su presentador, Pepe Navarro, se pasó a la competencia de Antena 3 con La sonrisa del pelícano, espacio de muy breve existencia, la cadena de Mediaset confió en Sardà para cubrir el flanco nocturno con un late show que sería el más longevo de la televisión española.

Menos sensacionalista y con un humor más suave y blando que el del espacio de Navarro, Sardà logró aumentar y consolidar las audiencias, con un esquema mil veces repetido: entrevistas a los personajes famosos del momento, colaboradores carismáticos, como el pequeño Martí Galindo, el desenfadado Boris Izaguirre, el periodista Manel Fuentes, los humoristas Mariano Mariano, Paz Padilla y Carlos Latre, entre otros muchos, y tertulianos de todo pelaje: de Cristina Almeida a Celia Villalobos; del padre Apeles a Loles León; de Javier Nart a Empar Moliner, que comentaban la actualidad.

«En Crónicas hablábamos de la guerra, imitábamos a ministros, tocábamos temas sociales y también de corazón», razonaba Sardà en una entrevista, pero a partir del año 2000 entró en una guerra diferente, que imponía la propia Tele 5 como sinergias de grupo: hablar de otros programas y realities de la cadena, y contar con la presencia de sus concursantes como contertulios.

El progresivo deterioro de calidad del programa hizo mella en las audiencias, que llevaron a Sardà a echar el cierre en el 2005. Porque siempre ha tenido las cosas muy claras: «Crónicas era el programa que quería el público, pero hecho como yo quería. La gracia es haber hecho televisión popular, sin complejos, técnicamente impecable».

Quizá por eso, logró que, al mismo tiempo, su espacio fuera criticado como telebasura pero obtuviera diversos premios: un Ondas, dos galardones de la Academia de la Televisión y hasta seis TP de Oro. Quizá por eso, le decía con cierta ironía a Nuria Navarro: «Al margen de ser el rey de la telebasura, imagino que tengo credibilidad».

Sardà ganó dinero con Crónicas, mucha pasta. La suficiente como para no preocuparse de trabajar en aquello que no le gustaba. «Es que no todo es cuestión de dinero. Estoy interesado en hacer cosas que me apetezcan», aseguraba Sardà.

Por esa razón, después de dos años de descanso tras Crónicas, volvió a Tele 5 con los viajes de Dutifrí (2007), el concurso Tú sí que vales (2008); el talk show La tribu (2009) de breve vida; y una larga lista de espacios, casi uno por año (Infiltrados, ¡Usted perdone!, El gran debate, Abre los ojos... y mira), que le han servido para no apolillarse. El último, ADN Max, para DMax, centrado en la ciencia y la tecnología.

Pero en lo que ha sobresalido últimamente Sardà ha sido como tenaz tertuliano, defendiendo posiciones que a veces le han valido palos de un lado y otro. «Me cae bien la gente progresista, tolerante y civilizada de Cataluña y de España. Pero aquí soy un españolista y allá, un catalanista de mierda», aseguraba en el 2011: «La única opción [para el problema catalán] es un cambio constitucional y hacer un Estado federal».

Desde el 2014, su presencia en programas como Al rojo vivo y La Sexta noche han sido habituales. Y estos últimos días, con la situación de Cataluña en su punto más candente han venido a corroborar que Xavier Sardà no se esconde: tiene credibilidad y sabe qué quiere. Entre otras cosas, vivir bien, pilotar su avioneta y seguir en la tele, porque él sigue siendo un enorme animal televisivo.