Tano continúa sobre el asfalto casi una hora después. Los agentes toman fotografías con apatía y enumeran con balizas amarillas los casquillos: 1, 2, 3… 16. Los niños se hacen autofotos sonrientes más allá del cordón policial. Los adultos comentan lo ocurrido sin excitación. Fueron seis hombres en tres motos, algunos con cascos y otros con pasamontañas, dispararon a quemarropa, siguieron por la calle Tramo hacia el norte y una cincuentena de metros más allá dispararon a otro, parece ser que es Dondon, ese que siempre llevaba camisetas de la NBA.

Un paseo entre ambos cuerpos descubre a los vecinos con cervezas en sillas de plástico sacadas al fresco. La propietaria del pequeño restaurante frente al segundo cadáver saltea en el wok los fideos con verduras y cerdo. La semana pasada hubo otro asesinato y ya van cuatro en los últimos meses, recuerda. Escuchó los disparos, metió a su hija en la cocina y esperó a volver a los fogones. Esta es una zona pobre, señala, con algunos problemas, «pero nunca habíamos tenido muertos en las calles». Un fotógrafo local empleado en una agencia internacional aclara que esos problemas eran la venta impune de drogas en cualquier esquina a la luz del día. Resume la noche: dos camellos menos en el barrio. Puntualiza que los malos disparan lo suficientemente cerca para no herir a inocentes.

«Si eres pobre, estás muerto»

Llegan al fin los trabajadores de la Funeraria Verónica. Dan la vuelta a Tano, lo alzan en una camilla y lo cargan en el coche. Los operarios limpian con mangueras la sangre que el ligero desnivel de la calle había extendido. Hace tiempo que en las cercanías ya no queda nadie. Es Pasay City, una zona deprimida del área metropolitana de Manila.

Son malos tiempos para los drogadictos y camellos en Filipinas desde que Rodrigo Duterte alcanzó la presidencia. La policía ha matado a 4.000 desde el pasado julio, según cuentas oficiales. Otros 2.000 han muerto en crímenes relacionados con las drogas y miles más murieron en circunstancias no aclaradas. Cuesta orientarse en una tipología tan variada como confusa. La policía sostiene que solo dispara a los que se resisten al arresto, la oposición denuncia crímenes contra la humanidad y las organizaciones de derechos humanos elevan la cifra de muertos a 13.000 y hablan de asesinatos por vigilantes y escuadrones de la muerte amparados por el Estado. El debate se simplifica a una guerra de siglas: DUI (muerte bajo investigación) para unos, EJK (ejecuciones extrajudiciales) para otros. Se denuncia no solo la masacre sino su impunidad. Amnistía Internacional tituló su último informe Si eres pobre, estás muerto.

Será difícil resolver los dos asesinatos, concede el agente Valdez en la comisaría del distrito de Pasay. Llevaban la cara cubierta, nadie dice haber visto algo, las imágenes grabadas por una cámara cercana son borrosas, las motos carecían de matrícula… Solo resuelven un tercio de esos casos y siempre a largo plazo, reconoce. Parte una mazorca y me ofrece la mitad mientras insiste en que lo están investigando.

Quizá sea una guerra entre bandas, aventura. Menciono el litúrgico papel que los asesinos dejaron junto al cuerpo de Tano con la inscripción de «Muchos más morirán si no dejáis las drogas» en tagalo. ¿Una banda de narcotraficantes desincentivando el consumo de su producto y eliminando a su clientela?