La ciudad de Mérida, sobre todo la zona centro, guarda el mayor legado de inscripciones funerarias existente en la península Ibérica, en torno a 650; aunque más de 500 no son útiles para profundizar en la sociedad de la antigua Augusta Emerita.

El profesor Jonathan Edmondson, de la universidad canadiense de York, ha desvelado que la élite local elegía la epigrafía, sobre todo entre los habitantes del centro de la ciudad, para conmemorar más el recuerdo de los hombres que de las mujeres, más notable cuanto más pudiente era la familia. Además, el granito de las sepulturas se utilizó como material de obra para construir monumentos como la Alcazaba, y para reparar el puente romano derruido en parte por una inundación ocurrida en 1653 al desbordarse el Guadiana, cuando "se dio órdenes de desmontar sepulturas para reparar el puente, y esto provocó que salieran a la luz numerosas inscripciones funerarias".

Así lo ha puesto de manifiesto este experto durante el seminario sobre Augusta Emerita celebrado en el Museo Nacional de Arte Romano, en una ponencia en la que expuso la importancia de los monumentos funerarios y de la epigrafía --el estudio de las inscripciones sobre materiales duros-- en el conocimiento de la sociedad emeritense de la época.

Gracias a estas inscripciones, aseguró, se ha podido descubrir que en Mérida se eligieron más epitafios para esclavos de lo que era normal en otras partes de la Lusitania romana, algo que argumentó en la alta proporción de esclavos sin padres existente, más del 40% del total.

Asimismo, explicó, la epigrafía ha permitido comprobar que en la antigua Mérida había muchos hijos fuera del matrimonio, aunque sólo hay un único caso documentado, y que la edad de casamiento de los hombres rondaba los 30 años, mientras que las mujeres apenas superaban los 25 años antes de contraer matrimonio.

SEXO Y ESTATUS Por otro lado, el profesor aportó algunas pinceladas sobre la sociedad de la época según esta ciencia. Por ejemplo, las personas que vivían en la urbe tendían a conmemorar más con monumentos funerarios a los fallecidos que quienes residían en el medio rural. Además, las prácticas culturales también determinaban si los individuos debían tener un epitafio, y el sexo y la edad eran otros aspectos decisivos.

En este sentido, indicó que los hombres eran más recordados que las mujeres, y que los menores de diez años no tenían ningún reconocimiento al morir. Los más inscritos en el epitafio eran los cónyuges, en un 33% de las ocasiones analizadas.