POR CARMEN HIDALGO

En el año 1827 se instala en Mérida Manuel Gutiérrez, un señor procedente de un pueblo de León que al llegar a la ciudad se casa y decide montar una negocio en el número 5 de la plaza de España. Se desconoce el motivo que le llevó a ponerlo en marcha, pero lo que sí sabemos es que la confitería Gutiérrez se ha configurado como un símbolo del comercio emeritense, y es que 187 años de historia bien lo merecen.

Sin embargo, el mayor logro de Manuel no fue crear una empresa tan perdurable en el tiempo, si no el hecho de inventar un producto, producido a base de azúcar, glucosa y esencia de limón, que ha conseguido llegar a todo el mundo: los caramelos de la Mártir.

La propietaria actual de la confitería, desde hace ya más de 20 años, es Carmen Macías. Su padre, Manuel Macías, era el nieto del fundador Manuel Gutiérrez, quien le dio en herencia el negocio al no tener un descendiente varón, y ocasionando que desde entonces se perdiese su apellido. Con 88 años, Carmen sigue despachando tras el mostrador, pero con la ayuda de su hija Mari Carmen Martín. Su abuelo, registró la patente de los caramelos en el año 1913, con el nombre de la Mártir Santa Eulalia.

"Lo que hace especial a la confitería es su antigüedad y los caramelos de la Mártir, porque es lo único típico que tiene Mérida en esta clase de productos", destaca Martín. A ello se suma que todos los artículos que elaboran son artesanales y naturales, sin conservantes ni colorantes, y con la manteca, el azúcar, la harina y el huevo como materias primas. "El tema de los caramelos viene desde la fundación, y su forma se sigue haciendo con la misma máquina que diseñase entonces el visabuelo de mi madre", explica.

La receta de este tradicional producto de color amarillo se compone de "azúcar, glucosa y esencia muy suave de limón", lo que permite que "los niños los puedan comer tranquilamente, porque no les produce ningún tipo de alergia", siempre y cuando no sean alérgicos al azúcar. El marketing, algo que en su momento ni se plantearían, se basa en la identificación que hacen los emeritenses de los caramelos con la ciudad. De hecho, relata Martín, "a nosotros nos cuentan que cuando se iban muchos emigrantes para Alemania y recibían un paquete, lo que más ilusión les hacía era el caramelo, porque los identificaban siempre con su casa".

Los viajeros

Según Martín, "donde haya un emeritense el caramelo también viaja", lo que les hace ser "muy viajeros". En concreto, hace unos días mandaron cuatro kilos a Nueva York, a petición de una señora de Madrid para que se los llevase su hija. "Al Vaticano los llevó una monja de Mérida, por ejemplo, y a Bosnia han ido muchísimos cuando estaban los soldados de Badajoz", matiza.

Los caramelos de la Mártir se producen en el Obrador, aunque no se sabe la producción exacta, ya que "vamos envolviendo y cuando tenemos suficientes paramos". En cuanto a su venta, se pueden adquirir desde bolsitas de un euro hasta de doce euros el kilogramo, y Martín sostiene que cuando más se venden es en Semana Santa y en verano, porque "los que vienen de fuera a pasar unos días a la ciudad se llevan sus caramelitos". No obstante, y a pesar de su éxito, las ventas ahora "están muy mal", incluso "de lo que conozco es la peor época que llevamos".

El proceso

La elaboración de los caramelos de la Mártir es muy tradicional y su envoltorio se hace a mano, con diez dobleces en cada uno. El proceso comienza con la masa que se forma al cocinarse la materia prima en el fuego, y que cuando alcanza su punto se vierte en una mesa de mármol para que enfríe. "Cuando ese caramelo todavía no está duro y se puede trabajar, se cortan unos trozos con la tijera y se pasan por una máquina pequeñita con dos rodillos", describe Martín. Una vez sale de la máquina, "ya con su forma en una tira de caramelo y la impresión en su parte más abombada de las iniciales MG, se deja en una mesa distinta de mármol para que se enfríe". Finalmente, se echan sobre un cedazo y "se criban las imperfecciones que hubiesen quedado".

Este trabajo artesanal, realizado desde hace ya casi dos siglos, aporta a los caramelos de la Mártir un valor especial. Se han convertido en un producto tan arraigado, que incluso en 2012 la chirigota Los más ricos de Mérida les rindió un homenaje y ganaron el concurso del Carnaval Romano vestidos de estos tradicionales caramelos.

Aunque a día de hoy no se sabe qué pasará con el negocio de cara al futuro, ya que Martín no tiene hijos y sus sobrinos se dedican a otras tareas, la confitería seguirá llenando a la familia de orgullo, transmitido de generación en generación. "Es la empresa más antigua de una misma familia en toda la provincia de badajoz y tenemos una medalla de Oro por ello", afirma Martín junto a su madre, e incluso "posiblemente" considerarse una de las más antiguas de España.