Todos los sectores están sufriendo una transformación cuyo epicentro se ubica, en mayor o menor medida, en la revolución tecnológica. En el caso del sector energético se le suma una transformación marcada por una descarbonización, descentralización y en la que el usuario final aparece en el foco de la misma.

La Unión Europea ha desarrollado políticas y objetivos medioambientales para la descarbonización a medio y largo plazo que obligan a los estados miembros a acelerar esta transición energética. Para cumplir con dichos objetivos, se promoverá la electrificación de usos térmicos en varios sectores, la generación de electricidad libre de emisiones contaminantes (renovable) y la electrificación de la movilidad.

Lo anterior supone un nuevo paradigma que comienza por el concepto de eficiencia energética, que va calando entre nosotros cada vez más y que ya forma parte de nuestro día a día, simplemente con el uso de una iluminación más eficiente (la venta de las bombillas incandescentes y halógenas ya ha sido restringida). La rehabilitación energética del parque edificado existente también aparece como prioridad en todas las políticas territoriales.

La presencia de las energías renovables sobre el uso final de la energía en el conjunto de la economía deberá llegar desde el actual 17% hasta el 42% en 2030 y desde el actual 40% a un 74% en el conjunto de tecnologías utilizadas para la generación eléctrica en ese mismo ejercicio, tal y como se establece en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021- 2030 (PNIEC) elaborado por el actual Ministerio para la Transición Ecológica. Por cierto, que se haya creado un Ministerio dedicado, muestra la magnitud y complejidad de este proceso.

El abaratamiento de precios en los paneles fotovoltaicos y turbinas eólicas y la mejora continua en su tecnología vaticinan un auge exponencial en estas tecnologías de generación eléctrica. Sin ir más lejos, contamos con la reciente puesta en marcha del primer proyecto eólico en nuestra región y la proyección del parque fotovoltaico más grande de Europa. En este sentido, además de los grandes proyectos fotovoltaicos y eólicos, cobrarán especial importancia las instalaciones de producción próximas y/o asociadas a las instalaciones de consumo de uno o varios consumidores de energía eléctrica: el autoconsumo. La reciente publicación del Real Decreto 244/2019 establece las bases para el desarrollo de este tipo de instalaciones que incentivarán la participación activa de la demanda. Algunos estudios vaticinan más de 1 millón de instalaciones de autoconsumo para 2030, de las cuales, el 90% se corresponderán con viviendas unifamiliares, bloques de viviendas y pymes: la ubicación de la generación renovable se irá diseminando progresivamente acercándose a los centros de consumo. Los autoconsumos colectivos harán que las cubiertas de todos los edificios de nuestras ciudades sean aprovechables, en términos energéticos, y no solo aquellos que dispongan de una edificación unifamiliar. Las innumerables configuraciones que plantea el desarrollo normativo del autoconsumo abren las puertas a la generación distribuida (individual/colectivo, con/sin excedentes, con/sin compensación, posibilidad de titulares distintos en instalaciones de consumo/generación, etcétera).

Otro actor principal en este proceso de transición es el vehículo eléctrico. Ahora mismo su presencia es residual en el sector de la movilidad, pero algunos estudios estiman que en 2030 el parque automovilístico eléctrico alcanzará los 4 millones de unidades y más de 100.000 puntos de recarga. En la actualidad, el usuario ve reticencias tanto en la autonomía como en los precios de los modelos actuales, pero su introducción en el mercado automovilístico es cada vez mayor y será exponencial en unos años. Para eliminar una de esas barreras, el anteproyecto de Ley de Cambio Climático podría obligar a las grandes estaciones de servicio a instalar puntos de recarga, a la vez que los principales grupos energéticos ya han anunciado planes de despliegue masivos de las llamadas ‘electrolineras’. El vehículo eléctrico no tiene marcha atrás.

Todo lo anterior tiene una gran importancia en este proceso de transición, pero el punto de inflexión de esta transformación llegará cuando seamos capaces de gestionar la energía mediante su almacenamiento. El almacenamiento energético tiene un valor estratégico para poder conseguir los objetivos energéticos de penetración de las renovables: tanto la energía del sol como la del viento están a expensas del clima y de las condiciones meteorológicas y no cubren la demanda del total de las horas del día. Hacer gestionable y poder controlar esa energía es un punto totalmente crítico en este nuevo modelo.