Todo el Valle del Jerte encierra multitud de espacios y alojamientos para disfrutar estos días pero, sin duda, una gran idea para los viajeros es elegir Plasencia como espacio perfecto para alojarse y deleitarse con la mejor gastronomía. Plasencia es la ‘perla del Jerte’ y en estos días de primavera hace honor a su nombre. Ella es la puerta de entrada a las comarcas que la circundan y desde ella son muchos los viajeros que salen a conocer el Valle del Jerte para ver la floración de cerca de dos millones de cerezos.

Además, Plasencia une a su carácter de cabecera de comarca el ser todo un paraíso gastronómico, un gran recurso que adereza el sabor de sus lugares y espacios turísticos. La tradición culinaria placentina es grande y uno de los elementos comunes a cualquier viaje. En Plasencia se come bien y a gusto gracias a los productos que las comarcas ofrecen, algo que fue ya un mandato del fundador de la ciudad, Alfonso VIII. Es sabido que cuando éste llegó a orillas del Jerte en la primavera de 1186 se fijo mucho en que fuera un lugar que diera a quienes allí vivieron una tierra fértil donde se cultivaran los mejores productos, un río transparente para poder sacar los mejores frutos que el agua dulce ofrece o un bosque frondoso.

De hecho, está documentado en una carta al Rey de Navarra que a su paso por el Jerte le dieron de comer muchas truchas, castañas y cerezas en alusión a que Alfonso VIII “eligió el mejor” que les permite gracias a la gastronomía saber qué son “para placer de los paladares de Dios y de los hombres”.

En la actualidad, la gastronomía es una de las señas de identidad de Plasencia, de la mano de sus establecimientos de restauración de la Escuela de Cocina de Plasencia, donde se forman los profesionales que han hecho de los fogones placentinos toda una leyenda desde hace 23 años. La aportación de la escuela ha sido clave para que esos productos excelentes se conviertan en todo un aliciente para el viajero.

TAPEO. El tapeo en los soportales de la plaza Mayor placentina es toda una experiencia, que cada año se ve reforzada por la famosa Feria de la Tapa. En Plasencia se puede disfrutar del jamón ibérico Dehesa de Extremadura, de la Torta del Casar, del Pimentón de la Vera, de los aceites Gata-Hurdes o de la miel de Hurdes y de Villuercas-Ibores en su máximo esplendor. En otoño, con las primeras lluvias salen los boletos, cesáreas, níscalos y criadillas de tierra. Los fogones placentinos son deudores de todas las culturas que por allí pasaron como los romanos, judíos o árabes. También se incorporaron la patata y el tomate tras el descubrimiento de América. Como hito en la historia de la cocina no hay que olvidarse de la presencia del emperador Carlos V en Yuste, donde mandó traer espárragos, caza, ostras vivas, anchoas, sardinas y mariscos conservados en nieve.

Otra propuesta es visitar Plasencia en Semana Santa, quizá la celebración religiosa más antigua de Extremadura, ya que hunde sus orígenes en el siglo XIII. El desfile delante de la Catedral, el paso por la judería o por las calles del adarve, sin duda, son momentos destacados del discurrir de los pasos y cofradías por las calles de la capital del Valle del Jerte.