- Cocinar es una tarea que tradicionalmente siempre ha estado en manos de mujeres, ¿pero qué muros se ha encontrado en su carrera como chef de alta cocina?

- Efectivamente era la mujer quien se quedaba en casa, la que cocinaba para toda la familia, y daba igual cuántos fueran a la mesa. Era ella la que tenía que asumir ese rol. Pero eso significa que nos relacionan con la comida tradicional, con la comida casera. Pero cuando hablamos de alta cocina, de los platos de vanguardia, de las nuevas creaciones, tenemos que demostrar constantemente que valemos para esta profesión. A pesar de ser una parcela que siempre nos ha pertenecido, en el momento que ha adquirido prestigio y tiene otro matiz, otra relevancia, hemos de pelear por ganarnos el respeto. La sensación es como si estuviéramos todo el tiempo en una carrera de fondo.

- ¿Algún ejemplo?

- Cuando una mesa de comensales termina de comer y pide que salga el chef porque quieren felicitarlo en persona. Entonces aparezco yo y se quedan muy sorprendidos de que sea una mujer, es que les veo la cara de asombro y al final me tengo hasta que reír. Les explico que soy yo la que diseña los platos, la que piensa y hace las creaciones, la que está al frente del proyecto... Y esto que cuento no es algo anecdótico, todo lo contrario, es bastante habitual que ocurra. Además, es solo una de las situaciones de desigualdad que vivimos las mujeres dentro de esta profesión.

- Porque hay muchas más...

- Este año después de Madrid Fusión, que es una de las citas gastronómicas más importantes, se ha creado un movimiento de mujeres muy fuerte para reivindicar nuestro espacio. Resulta que los chefs que participaban tenían casi todos su propio espacio, su propio momento, para explicar sus platos y exhibir su manera de elaborarlos. Pero cuando se trataba de mujeres chef, en todas las ocasiones ellas siempre tenían que compartir espacio con otro u otra profesional, de manera que en ningún momento pudieron tener una parcela propia. Es la prueba evidente de que tenemos que pelear más, de que no se nos concede el sitio que merecemos, a pesar de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo.

- En resumen, cuesta más conseguir el reconocimiento

- Sí. Pero esto no es una guerra contra los chefs ni mucho menos. No quiero que se vea así porque no es cierto, nunca lo ha sido. A mí me parece fenomenal que ellos tengan su sitio y su espacio, yo los respeto mucho y me gusta que estén. Lo único que quiero es que nosotras también disfrutemos de lo mismo y que no tengamos que pelear siempre el doble.

- Hace un año decidió dejar Madrid para volver a su pueblo, Jarandilla de la Vera, a montar su restaurante, ‘Al norte’. ¿Cómo está siendo la acogida?

- No es lo mismo que estar en una calle de Madrid donde pasan muchísimas personas por delante cada día, pero me siento contenta con el proyecto. Requiere mayor esfuerzo, pero es satisfactorio poder mantener los puestos de trabajo.

- Es también una medida contra la despoblación...

- Da mucha pena que los pueblos se vacíen, que se queden sin vida, tenemos que recuperarlos y yo quería aportar también a esa recuperación. Sentía muchas ganas de volver por diferentes motivos y aquí me he dado cuenta de que estoy ganando en calidad de vida. Porque caminamos más despacio y disfrutamos más el día a día. Porque vivimos con menos tensión, con menos contaminación, con más salud.