El resultado de la huelga del 8 de marzo debe medirse especialmente en su vertiente reivindicativa y en la eclosión en la calle del movimiento feminista, que tenía ante sí el reto de igualar o superar la efervescencia histórica de hace un año. Así ha sido, aunque en el aspecto estrictamente laboral el paro se ha notado mucho más en sectores como el educativo (universidades e institutos) o los transportes, y menos en el industrial, los servicios o el comercio. A tenor de las cifras ofrecidas por los sindicatos, con al menos seis millones de personas secundando los paros convocados, el hito del 2018 se ha repetido y puede afirmarse que en este 2019 se ha consolidado una protesta colectiva que atañe a una amplísima franja de la población. En Extremadura, con cerca de 30.000 personas en las calles de las grandes ciudades, se han superado las cifras del año pasado (7.500 personas en Cáceres y Badajoz o 4.500 en Mérida y Plasencia).

De esta manera, el feminismo como movimiento ha dejado de lado su posición más o menos lateral en el debate público para implantarse como una auténtica ola que ocupa un lugar central y que no cejará en su empeño de lograr la necesaria igualdad en lucha contra una sociedad que sigue marginando a la mujer por el hecho de serlo.

Reivindicaciones como la brecha salarial, la discriminación en el acceso al trabajo, el fin de una época de reparto patriarcal de roles, la libertad de movimiento y la implantación de efectivas medidas legales ante las amenazas consolidadas de violencia de género se han sumado a un temor fundado ante el rebrote de un machismo no solo estructural sino político, con la irrupción de teorías negacionistas (como la del tristemente célebre autobús de Hazte Oír o como la campaña de Vox en relación a la violencia «doméstica») que serían anecdóticas si no fuera porque simbolizan la hipotética entronización de la extrema derecha como alternativa.

Ni un paso atrás, Juntas somos más fuertes o Si nosotras paramos, se para el mundo han sido algunos de los lemas de las manifestaciones que el 8-M han inundado la calle. La sororidad se hace efectiva y real, y también el grito unánime de rechazo a la involución. Y la evidencia de la fuerza de la mujer como un colectivo organizado que seguirá luchando por unos derechos elementales para todos. También en EL PERIÓDICO, que ha hecho (y seguirá haciendo) bandera de la reivindicación, se han secundado los paros.