WLw a mayor incertidumbre se cierne a partir de ahora sobre Oriente Próximo después de la respuesta dada por Israel y Estados Unidos a la petición de reconocimiento del Estado palestino. Pese a lo que no cabe llamar de otro modo que tergiversaciones malévolas de Tel Aviv y Washington, al asegurar que la reclamación del líder palestino Mahmud Abbás intenta evitar las negociaciones cuando el Estado palestino solo puede nacer de un acuerdo entre ambas partes, ha sido precisamente el estado moribundo del proceso de paz, en el que Binyamin Netanyahu se sentía tan cómodo, lo que ha impulsado a Abbás a lanzar este órdago expectante y en algún caso esperanzado ante la mirada de la comunidad internacional.

Más allá de reconocer que israelís y palestinos son hijos de Abraham, el discurso del primer ministro hebreo Netanyahu en la ONU, después del pronunciado por Abbás, fue un mayúsculo ejercicio de cinismo. Ante la petición de Abbás de unas relaciones basadas en la equidad y la paridad, Netanyahu ofreció negociaciones inmediatas y sin condiciones previas, para acto seguido decir no al retorno a las fronteras de antes de 1967, defender los asentamientos, y asegurar que Jerusalén es una ciudad judía como Israel es un Estado judío. ¿Cómo se puede afirmar que existe una voluntad de negociar y proclamarlo partiendo de estas premisas?

Si algo ha caracterizado el conflicto entre Israel y Palestina desde sus inicios tras la Segunda Guerra Mundial ha sido su carácter asimétrico, sustancialmente desequilibrado, gracias al apoyo diplomático, económico y militar que históricamente EEUU ha dado al estado de Israel. El papel representado en estos momentos por Washington agranda esta asimetría. Lo hace con la postura declarada del presidente Obama de negar el reconocimiento al Estado palestino, algo que paradógicamente defendía apenas un año atrás, y compartiendo, además, las manipulaciones que emplea Israel para dar una apariencia de razón a sus posiciones. Es, además, un insulto a los palestinos que este alineamiento ciego obedezca, como es el caso, a razones electorales para conquistar el apoyo del voto judío que se le escapa a Obama. Después del, entonces considerado histórico, discurso de El Cairo en el que el presidente se declaraba dispuesto a contribuir a alumbrar un nuevo Oriente Próximo, su prestigio en el mundo árabe y en muchos otros puntos del mapamundi caerá en picado. Y con toda la razón.

El conflicto entre Israel y Palestina, con más de 60 años de existencia, sigue sin tener una solución a la vista y lo más probable es que, después de ayer, sea mucho más difícil hallarla. Abbás no tenía muchas más opciones y todas eran malas.