No puedo evitar que me resulten involuntariamente divertidas las interpretaciones ideológicas de los movimientos en los mercados. Hablo del tono apocalíptico que adoptaron algunos de los altavoces populares, clamando que la subida de nuestra prima de riesgo vivida en plena moción de censura era consecuencia de una posible caída del ya entonces bunkerizado (en un reservado) Rajoy. Pero también de los que vocearon que la calma sobre nuestra deuda tras el triunfo de la moción era castigo a la corrupción del PP y señal de un buen recibimiento del gobierno naciente. Risibles.

Por descontado que la política es un factor de consideración desde los mercados. Pero no contiene el sesgo ideológico que se pretende vender por muchos. Más que quién gobierna, importa cómo se gobierna. Y, sobre todo, el capital detesta la incertidumbre. Por más que se valore ampliar el margen de beneficios en un entorno inestable, la mayoría de inversores huye del riesgo desconocido, imprevisible y difícil de calcular.

Una pregunta que he recibido repetidamente estos días es cómo recibirán inversores y financiadores el cambio político en España. Si esos movimientos previos a la moción son una muestra de nerviosismo o esconde algo más. En definitiva, leyendo entre líneas, el angustioso interrogante común (poco) oculto era si el inesperado rumbo político del país dará al traste con la velocidad de crucero de la economía. Es difícil acertar con absoluta precisión, sobre todo cuando no se manejan todas las variables.

Pero si la pregunta se convirtiera en apuesta, esta sería mi respuesta: a corto plazo, no o sólo tímidamente, viendo algún movimiento (probablemente, brusco) sobre nuestra prima de riesgo; a medio plazo, con mucha probabilidad, castigados por la inevitable paralización que viviremos. A largo plazo, seguro. Pero no será la política el único factor.

Pedro Sánchez va a tener un extraño «aliado» en los mercados: el principal foco de preocupación de los mercados en estos momentos en Italia. Pero su entrada en Moncloa nace anclada en unos compromisos que desconocemos, porque probablemente ni se habrán empezado a negociar, y con el exiguo apoyo de un partido socialista por debajo de los 100 escaños. Eso, creo, entra sobradamente dentro del perímetro de la definición de incertidumbre. Sus primeros movimientos atraerán inevitablemente el foco hacia España.

Sobre todo si van en una dirección que es fácil prever: el aumento gasto público. La recuperación económica del país auspiciada bajo el mandato popular tiene curiosamente un flanco realmente débil, que los populares no se atrevieron (o no quisieron) a atajar. España sigue teniendo una deuda pública monstruosamente grande, con un peligroso ratio cercano al 100% de nuestro PIB. Nuestro talón de Aquiles económico.

La deuda privada, en cambio, se ha reducido considerablemente, lo cual sería de gran ayuda en un cambio de signo financiero, con un sector privado saneado y fortalecido tras la crisis. Ocurre que no en veo en la análisis sobre este factor dos aspectos que considero claves: gran parte de la reducción de la masa de esos créditos viene del cierre de crédito a empresas (y la desaparición de muchas) y otra porción significativa viene de los créditos fallidos, irrecuperables, que se han absorbido pero borrados de la ecuación. En paralelo, la banca corre desbocada hacia un exponencial aumento del crédito al consumo, como si los tipos de interés fueran a ser bajos para siempre.

La empresa española no ha mutado tanto como pensamos con la crisis: en su gran mayoría, son microempresas o pymes, a las que les cuesta coger volumen, no ha aumentado la cultura de fusiones o absorciones y es sumamente sensible a la política económica del sector público, del que sigue en cierto modo dependiendo.

Y los tipos de interés no se mantendrán cercanos a cero, como ahora. Eso es seguro: simplemente no podrán. Europa va a sentir en su economía la presión de la normalización monetaria en el resto y puede ver cómo deja de ser objetivo de inversores. Que se avecina una nueva recesión está descontado, sólo se discrepa en el pronóstico de cuando comenzará. Así que, una política inestable, un gobierno cara a la galería y poco responsable fiscalmente no será un detonante. Pero sí poder servir de acelerador, de ser los primeros en sentir las turbulencias.