El Reino Unido ha abandonado la Unión Europea. Ahora queda lo peor: negociar las futuras relaciones. Hay muchos vínculos en común. El capítulo más doloroso será el relativo a las personas. Los residentes en uno y otro país temen por su status y modo de vida. La pérdida de la unidad de mercado afectará a la situación económica de muchas empresas, lo que, a la postre, se traducirá en un descenso de la actividad económica con la consiguiente mengua de empleos.

Para aminorar los previsibles perjuicios se van a necesitar grandes negociadores. Y en este terreno los británicos son más hábiles. Siempre han demostrado buenas artes para el negocio. Han sabido vender bien sus productos. Han construido un imperio con conquistas en todos los continentes, y siempre han salido airosos al abandonar sus colonias. De hecho, todavía mantienen algunas. Gibraltar es un ejemplo.

Orgullo y soberbia son dos características del Reino Unido. Sus dirigentes van a querer demostrar que fuera de la Unión Europea se vive mejor. Ello nos planteará un grave problema, ya que, si el Reino Unido obtiene unas condiciones muy ventajosas, otros países sentirán la tentación de abandonar. La UE debe, pues, demostrar firmeza en las negociaciones. Pero aquí viene otro escollo: si los acuerdos que proponga la Unión no son aceptables, Londres buscará otros mercados. Y una ruptura comercial no sería buena para nadie.

Pero las mayores dificultades las tendremos nosotros. La debilidad económica y política, la crisis de identidad que padecemos, el evidente inmovilismo institucional y la falta de coraje de sus líderes hacen que la Unión Europea haya perdido el poder de impulsar el proyecto solidario que estuvo en sus cimientos. Y, desgraciadamente, con una deficiente gestión, los dirigentes europeos parece que lucen poca imaginación. No es de extrañar que, sin ilusión, sin timoneles, Europa pierda encanto. De hecho, Europa ya no enamora a nadie. Permanece lánguida en su viejo rincón romántico intentando vivir de recuerdos y antiguas glorias.

La Unión Europea pasa por uno de los momentos más delicados desde su nacimiento. Está dividida. Carece de la influencia económica de antaño, y sus líderes ejercen como segundones en el contexto mundial. Ni siquiera hablan con voz única. Los populismos y nacionalismos emergentes quiebran el proceso de unión. A estos movimientos solo les preocupa el bienestar de su propio país. Únicamente somos atractivos para los habitantes del Tercer Mundo que se acercan a nuestras costas buscando la remisión de sus graves problemas. Mientras, cunde el desánimo entre nuestros conciudadanos.

En la UE del post-Brexit ya se anuncian nuevas batallas. Nos ha abandonado un país contribuyente neto. La ampliación de la Unión Europea buscando nuevos mercados fue buena cuando la economía mundial atravesaba un periodo alcista. Pero en tiempos de crisis, con los ingresos reducidos, hay que alimentar al mismo número de hijos. La Comisión Europea ha pedido a los contribuyentes netos un incremento en sus aportaciones. Pero la Europa del Norte, calvinista y trabajadora, está harta de subvencionar a la Europa del Sur, pícara y vividora. Y, además, ahora también pide el Este. Por lo pronto, la Comisión propugna una rebaja de los fondos agrícolas y estructurales.

Con esta Europa en crisis, se impone un viraje que modifique su rumbo. Es esencial un cambio de mentalidad en los dirigentes europeos. Es obligado dotar de mayor dinamicidad y austeridad a sus instituciones. Se necesita adoptar y promover estrategias sociales y empresariales innovadoras a fin de que la economía europea recupere su anterior papel en un mercado mundial globalizado. Junto con la protección del consumidor, se debe potenciar el modelo productivo de una economía más social y solidaria. Para ello habrá que promover cambios legislativos que permitan la concesión de beneficios tributarios y sociales, a la par que restringir la burocracia tan acrecentada que sufrimos.

Pero, ante este panorama tan sombrío y poco halagüeño, ante este triste tan melancólico, se hace imprescindible infundir optimismo en los ciudadanos para que sigan creyendo en Europa.

*Catedrático de Derecho Mercantil.