TLto voy a decir de una vez, en corto y por derecho: me parece admirable el esfuerzo que Rubalcaba está haciendo por participar, y con honra, en la competición. Gustarán más o menos, o nada, el estilo y las propuestas del candidato socialista para suceder a Zapatero , pero nadie podría negarle el pundonoroso valor que ha tenido al presentarse frente a casi todos y a casi todo. Las encuestas le auguran el desastre, algunos de los suyos le critican a sus espaldas y los que no son precisamente suyos le han convertido, amortizado ya Zapatero, en la diana de todos los disparos.

Sé que le disgusta la profecía anticipada de su altamente probable derrota. En un reciente desayuno multitudinario, le hice llegar la pregunta de si anunciará durante la campaña que, gane quien gane, él se ofrece a pactar con el otro partido nacional esos grandes temas pendientes para arreglar las cañerías de España. No la contestó, y se despachó, en mi opinión algo confusamente, diciendo, en tono algo reñidor, que "hay que tener respeto al veredicto de las urnas", o algo semejante. Lo cierto es, y el cronista no tiene otro remedio que constatarlo, que el riesgo de una catástrofe para el PSOE hoy gobernante es alto, y que los prolegómenos de la campaña no están contribuyendo a disipar tales vaticinios. Algunos en su entorno apenas se atreven a decir, en voz muy baja, que el candidato podría, en caso de muy malos resultados la noche electoral, presentar una rápida dimisión. Ojalá eso no ocurra, y lo digo por dos razones: una, que no me gustan las mayorías absolutas, sean de quien sean. Dos, que Rubalcaba me parece una figura política muy apreciable por sus dotes y merecedor, por tanto, de seguir, sea donde sea, en la carrera. Pero la suya es una pirueta que se me figura imposible. Distanciarse del Gobierno en el que lo ha sido, hasta hace pocos meses, casi todo, es complicado. Mostrar comprensión, pero no apoyo, e incluso distanciamiento, respecto de algunas de las medidas que Zapatero se ve forzado a adoptar estos días, resulta utópico. Los españoles, que sin duda valoran las cualidades del candidato socialista a La Moncloa, están hechos un lío, y se comprende: en nada de tiempo se pasó de abominar de cualquier reforma constitucional, a ponerla en marcha (y para bien, en mi criterio) en un par de semanas; del abandono del inútil impuesto de patrimonio se ha pasado a considerarlo como el remedio de todos nuestros males; de la subida del IVA a la vivienda se pasa, sin transición, a dejarlo en la mitad... En medio de tanta inseguridad jurídica, ¿cómo convencer al votante medio de la coherencia de unos postulados?

Es la tragedia de un Rubalcaba enfrentado al péndulo del cambio y a quien últimamente me ha parecido ver algo malhumorado, demasiado apresurado, apurado y precipitado. Me parece que tiene que corregir muchos mensajes a sus electores, consolidados o posibles, si quiere salir con bien de una campaña electoral que no tiene bien planteada y que se presenta implacable, no tanto por los méritos de sus competidores cuanto por el desgaste que gobernar ha conllevado a todo un equipo socialista del que Rubalcaba ha sido ariete. Si, como un día dijo Felipe González , también se puede morir de éxito, de la misma manera se puede renacer del fracaso. Sobre todo, cuando el fracaso tiene algo, ya digo, de admirable.